El décimo de lotería

Casi treinta años después de no encontrar el décimo premiado, en una mudanza se cayó un libro al suelo con un papelito...

Tengo un amigo, consumado lector, que durante un tiempo odió a los libros y no se acercó a ellos en algún tiempo. El causante de esa inquina inusitada fue en concreto un libro, no porque su lectura fuera inadecuada o su argumento inasumible, sino porque entre sus páginas estuvo guardado durante años el causante de una profunda desazón. Les cuento. Mi amigo se llama José Manuel Bellido y vive en el bello pueblo jienense de Torres, en tierras del Reino de Granada. A él no le importa que difunda su historia. Un día de hace más de 35 años entró a la Peña José Fuentes de Linares a tomarse una cerveza en el bar que había allí montado. Iba con un libro debajo de brazo porque había ido al pueblo minero a hacer una gestión y sospechaba que habría muchos tiempos muertos que podría dedicar a la lectura. En la Peña se le acercó un vendedor de lotería manco y le ofreció un décimo, que él adquirió. Después siguió bebiendo y charlando con los amigos.

Pasaron dos meses cuando tuvo que ir de nuevo a Linares. Por un casual se encontró con el vendedor de lotería manco, el cual lo reconoció y le recordó que hacía dos meses le había vendido un décimo de lotería.

-¿Qué ha hecho usted con el dinero del premio? -le preguntó el vendedor.

-¿Qué premio? -contestó mi amigo.

El vendedor le explicó que aquel décimo que le había vendido en la Peña José Fuentes había sido agraciado con ocho millones de pesetas. Mi amigo se quedó de piedra. No se acordaba de qué había hecho con el décimo. Al llegar a su casa se puso a buscarlo como un loco. Tenía un mes para cobrar el premio, si es que encontraba el décimo. Revolvió cajones, miró los bolsillos de todos sus pantalones y de todas sus camisas, puso mangas por hombro la casa e incluso miró hasta debajo de las baldosas. Pasó un mes buscando desesperadamente el décimo. Y nada. No lo encontró. Tiempo perdido. Finalmente se dio por vencido y dio también por perdidos los ocho millones de pesetas.

Casi treinta años después, en una mudanza, al poner los libros en la estantería se cayó un ejemplar al suelo. De entre sus páginas salió un papelito: ¡era el décimo perdido! Mi amigo lo cogió, lo miró y le entraron unas enormes ganas de llorar. El libro que aquel día se había llevado a leer a Linares y en donde descuidadamente había metido el décimo era el primer tomo de En busca del tiempo perdido. ¡Hijoputa el libro!

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