Ayer fue un verdadero Viernes de Dolores. Están siendo los peores días de la crisis del coronavirus. Estamos cerca del final del camino, a falta de una semana para que se levante el confinamiento, pero nadie da un duro porque vaya a ser así. Ya hasta el Gobierno parece barruntar la idea de ampliarlo hasta finales de abril. A esto se suman datos que cada vez abruman más, tanto de muertos como de infectados, y los humanos de a pie tratamos de agarrarnos a cualquier cifra, cualquier estadística, cualquier avance en una vacuna para tener algo de esperanza con lo que aliviar esta espera. Y los datos económicos, que angustian desde la tasa de paro como las consecuencias que se vislumbran en un país que, por comodidad, como por falta de ambición y seguramente una dosis de orden internacional, repite tozudamente el error de insistir en vivir de solo la industria turística. Quizás esta crisis no cambie el modelo, ¿o sí? Valorar más al trabajador, al investigador y al científico, y que no tenga que irse a un frío hospital en Birmingham o Lyon. Y no dejar que este bicho deje a nadie atrás. Hay que estar unidos.

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