Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

En depósito

HACE años, en el transcurso de un juicio en la Audiencia Provincial de Granada, un abogado requirió una costilla humana para que fuera examinada por el forense. El presidente del tribunal aceptó y reclamó solemnemente la prueba a un funcionario; el funcionario, un poco apurado, se encogió de hombros y salió afuera; al cabo del rato regresó y dijo, en un tono más bien sombrío, que él no tenía la costilla. El asunto ya era raro. Parecía increíble que un empleado no supiera de memoria si entre los objetos que le correspondía custodiar había una costilla. Me dio repelús pensar en la naturaleza de los artículos que el auxiliar habría amontonado en los últimos años en las estanterías a la espera del requerimiento del tribunal.

Pero no, él no la tenía. Entonces el presidente miró asombrado a los circunstantes pero ninguno se dio por aludido. ¿Estaría en el juzgado? La vista fue suspendida. Alguien telefoneó a la oficina del juez instructor y allí, tras unos minutos de búsqueda silenciosa, respondieron que no les constaba. Hubo airadas reclamaciones de la defensa y el tribunal resolvió conceder una prórroga al juzgado. Cuando la vista se reanudó por la tarde, en la mesa de la sala había una caja de cartón cerrada con hilo bramante: la costilla. Olía fuerte a cadáver, tanto que el tribunal decidió ahorrar el mal rato a los periodistas y nos ordenó salir. Desde entonces no he parado de pensar, con un sentimiento de horror y curiosidad, en el contenido de los almacenes judiciales.

A la vista del comunicado de la Comisión Provincial de Coordinación de la Policía Judicial, ahora lo de menos son las costillas. ¿Quién va a negar a un juzgado una gaveta nueva para guardar los fragmentos óseos? Es verdad que un metacarpiano no es un fémur, pero un fémur, desde luego, no es un bólido. Lo que ahora representa un auténtico problema son los automóviles de gran cilindrada y los barcos depositados hasta que el juez decida si corresponde devolverlos a su dueño legítimo o, por el contrario, sacarlos a subasta.

Ocupan tanto espacio en las dependencias de la Policía Judicial que han agotado los aparcamientos disponibles. Entre ellos hay un Mercedes McLaren de 480.000 euros que parece una tentación del diablo. También hay barcos de recreo, otros dos centenares de turismos de lujo e incluso una aeronave. Todos ellos constituyen una prueba innegable de cómo ha progresado nuestra delincuencia. La bonanza económica, en general, y el auge inmobiliario, en particular, han multiplicado de tal manera la prosperidad de nuestros estafadores que, con tanto coche y aeroplano, la comisión judicial no encuentra sitio para almacenar 200 zapatillas incautadada a un triste ladrón de clase media.

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