Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

El desayuno del turista

Es muy común entre los humanos cuando socializamos que sintamos una pasión desmedida por aquello que es gratis, o que no valoremos lo que no nos cuesta dinero. Como diría Roy Batty en Blade Runner (referencia recurrente donde las haya), he visto cosas que no creeríais. En vez de atacar naves más allá de Orión, ver a una señora atacar un plato de morcilla en una feria de productos serranos. En vez de Rayos C brillar cerca de la puerta de Tannhäuser, he visto centellear los ojos de algunos invitados a una boda al salir el primer plato de croquetas. Ver, con pasmo, a socios de un club deportivo de relativo postín -que acabó en residencia universitaria con proyecto de hotel- coger cuatro toallas al entrar al vestuario, por el mero hecho de que les eran gratuitas: den por seguro que quien esto hace alarga semanas la misma con la que se seca cada día en su casa. En ese gimnasio, los dueños a la postre en fallidos y obligados a ceder su impresionante establecimiento a una operación inmobiliaria de manual ofrecieron durante un tiempo a los abonados manzanas verdes y frescas junto a aquellas toallas. Desaparecían como las croquetas, en un pispás, como si fueran las últimas manzanas sobre la tierra. Alguna se pudriría en una mochila.

La pasión por lo que es de balde, o dado el caso, lo que está incluido en el paquete turístico es objeto de frenesí. Ayer sábado, en El Mundo Viajes, un titular confirma esta pulsión con una estadística de andar por casa: el 93% de los españoles alojados en un hotel madruga para no quedarse "sin nada" en el desayuno incluido en su tarifa, que es una motivación principal para elegir dicho hotel. A mayor abundamiento -nunca mejor traída la expresión jurídica-, cuatro de cada diez huéspedes madrugan sólo por desayunar como nunca lo hacen, y más de la mitad sirla alimentos para su tour posterior: donuts de fresa, churros en cartuchos, manzanas también. Confirmamos que es dura la vida del turista; una prueba de carácter, una competición por no quedarse sin trincar cosas que te importan tres pimientos en tu vida sin bermudas y TripAdvisor. Si todo esto resulta entrañable y hasta gracioso, hay otra actitud del turista o el viajante -viajeros ya no hay- que resulta chocante: la manía de exigir como marqueses. "Perdone, estos huevos revueltos están tiesos; traiga por favor unos recién hechos para cuatro personas, con beicon bien churruscadito". ¿Quién come en este país huevos revueltos, kiwis, yogures, brownies o cuatro zumos de naranja a las ocho de la mañana en su domicilio, por Dios?

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