Un despacho

Por pudor, rubor o temblor, esas cosas se mantenían en silencio, ahora ya no es necesario ocultar tales vergüenzas

Siempre se ha sabido que la política tiene sus cámaras oscuras y sus personajes dobles. Son tributos que deben pagarse si se ambiciona tocar el poder. En todo edificio donde habite la política existen zonas reservadas, sótanos secretos, agentes infiltrados, confidentes, e incluso algún pobre ingenuo. Pero había un cierto acuerdo: esas operaciones, más o menos fraudulentas, se realizaban en covachas, en sótanos apenas alumbrados, para que pareciera que los jefes, en la planta noble, no se enteraban. Los ciudadanos sospechábamos algo, gracias a confesiones de algún fontanero insumiso y deslenguado, o bien gracias a la novela negra, género cada vez más leído e imitado, y que, por ello mismo, se había hecho indispensable para husmear en esos desvanes ocultos.

Pero estos escenarios un tanto truculentos parecen haber perdido en los últimos días su tenebroso prestigio. Y asistimos a un espectáculo que olvida el mínimo compromiso anterior de mantener, cuando menos las apariencias, en las plantas luminosas de las sedes de los partidos. Así, se ha contratado a un señor -según informa la prensa- que militaba en otro partido, para que vaya desmantelándolo, mediante la hábil maniobra, de atraer ladinamente de sus anteriores compañeros de militancia, a todos aquellos de los que intuya que puedan aceptar complacidos un interesado cambio de siglas. Parece ser que este señor se ha convertido en gran experto en captar a esas personas débiles y, por tanto, sensibles a la compra-venta de votos y fidelidades. Tras una discreta conversación sabe calcular precio y condiciones de trato. No es una labor nueva en la política, incluso tiene nombre. Sin embargo, lo que sí parece nuevo es el estatuto que le han concedido en el nuevo partido que lo han contratado. Como manifestación pública de que dicho acuerdo no se ha firmado vergonzosamente en ninguna oscura covacha, le han puesto un despacho en el mismo noble edificio en que se aposentan sus jefes. Es una medida que ha debido ser calculada, pactada, porque tiene muchas connotaciones. Antes, como se decía al principio, esas cosas pasaban, pero por pudor, rubor o temblor, se mantenían en silencio, las llevaban a cabo intermediarios en los sótanos. Ahora ya no es necesario ocultar tales vergüenzas. Se exhiben como un triunfo, dotado con despacho aireado, a la mano izquierda del poder. Pero aún hay algo peor, en Andalucía, representantes del partido esquilmado mantienen con toda naturalidad su coalición con el partido depredador. ¡Ni en una novela nadie se creería tanta degradación!

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