Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

No disparen al clarinetista

Vine a saber ayer de un animal milimétrico llamado acidia o patata marina. Es un bicho práctico, cosa habitual en los seres vivos, con excepción de una buena proporción de los humanos. Cuando nace, la acidia se dedica con gran afán a encontrar un sitio -una roca, el fondo del mar- donde establecerse de por vida. Mientras que comienza y no a hacer caja con el filtrado del agua, y una vez con su domicilio fijo, se alimenta de su propia sesera. Ya ha hecho el esfuerzo que tenía que hacer en su existencia, aun a costa de dejar de pensar, tarea para la cual, claro, hace falta un cerebro, por pequeño que éste sea. Le sirvió, no es poco, para conseguir apalancarse en una sólida piedra. Con la debida autocrítica, por ostentar quien suscribe una plaza pública "en propiedad", la patata marina es una excelente metáfora de las perversiones laborales que se pueden derivar de la seguridad absoluta en el trabajo. Te puedes comer el cerebro… o dejártelo en la mesilla de noche al levantarte a las siete: no va a pasar gran cosa. Por mucho que la estabilidad sea deseable, la cara oculta de esa bendición -a quien Dios se la dé…- existe. Y por eso existen sistemas de evaluación extra que te pueden dar unos cientos de euros al mes.

En cheli, la acidia se come el tarro lo justo para dejar de comerse el tarro, aunque es bien sabido que no hacerlo acaba por derivar en problemas de tarro, cosa muy humana y llamada desmotivación ,"haciendo de las tonterías, problemas, y de los problemas, tonterías" (se lo oí a Manuel Clavero, presidente del Consejo Editorial de esta casa). Cuánto número uno de oposiciones que una vez fijado a una roca encuentra su nivel de incompetencia, satisfaciendo el Principio de Peter. Hay un problema ulterior, y hablo ya de la universidad pública, que trasciende a la persona, hecha ya acidia con trienios y quinquenios: que el incentivo retributivo implique adherirse con fe a sistemas de evaluación y acreditación por la vía del 'paper' en revistas ajenas al mundanal ruido (o sea, ajenas a la utilidad pública). Este razonamiento que aquí se expone puede ser censurado tirando de la fábula de la zorra y las uvas: "No están maduras… porque en realidad es que no las alcanzo". Pero me vino esto a la cabeza al escuchar una conferencia esta semana en la que el ponente dijo "usted será muy buen clarinetista, pero eso no se lo voy a puntuar" para promocionar, o sea, otorgarle unos cientos de euros más en la nómina (que ignora la calidad de la docencia). Transferir conocimiento debe transferir conocimiento. Si no, somos acidias con sexenios.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios