La tribuna

José Antonio Pérez Tapias

"No disputarás sobre Dios"

SI Dios anda entre los pucheros, como decía Teresa de Ávila, nada tendría de extraño que también se subiera a los autobuses urbanos. Mas sea o no así, lo cierto es que las referencias a él sí han empezado a proliferar en la publicidad que en algunas ciudades portan vehículos de transporte público. Como bien sabemos, en España la iniciativa arrancó en Barcelona, puesta en marcha por una asociación de ateos y librepensadores de Cataluña, con un lema trasladado de campañas anteriores en el Reino Unido: "Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta la vida". Es una invitación al goce desenfadado de los bienes de este mundo, explicitando el tolerante ateísmo que motiva tal sugerencia. Conseguida la denuncia implícita de lo que ha sido una religiosidad represiva, queda en el aire la cuestión de qué hacer si Dios existiera, lo cual en rigor no se excluye, al menos como la otra parte -incuantificable- de lo probable. Cualquiera puede reconocer que es una campaña bendecida por el éxito.

El derecho a la libertad de expresión respalda la mencionada publicidad y de ahí la legitimidad que acompaña a su realización conforme a todos los requisitos legales. ¿Alguien la podría impugnar por publicidad engañosa? No tendría mucho futuro. La campaña consigue suscitar el debate sobre las cuestiones a las que alude, así como abrir hueco en un espacio tradicionalmente dominado en nuestro país por la Iglesia católica, celosa de su antiguo monopolio, como han hecho patente las declaraciones del cardenal Rouco tachando el mencionado lema de blasfemo.

Otras confesiones religiosas han sido más comedidas. Una comunidad evangélica de Madrid se ha lanzado a competir con una campaña inversa, contratando en autobuses municipales publicidad con este eslogan: "Dios sí existe. Disfruta de la vida en Cristo". Así, la visualización del pluralismo se ha convertido en un logro. La pena es que el debate quede atrapado por los códigos de una publicidad que parece remitir a un mercado de creencias donde nada se libra de la trivialización de apelaciones simplistas al gusto de los consumidores, según preferencias por el lado de la creencia o de la increencia.

La lectura atenta de los hechos evidencia otras vertientes que nos los muestran en su ambigüedad. El que la campaña de ateos y librepensadores haya desencadenado otras de signo contrario es señal a tener en cuenta. Es indiscutible que quienes han tenido la hegemonía en cuanto a creencias y su expresión en el espacio público no son los que pueden aducir ahora motivos para quejarse. Sin embargo, cualquier forma de llevar estas cuestiones al espacio público requiere prudencia. Si la ocupación de dicho espacio por manifestaciones de un determinado credo se ha criticado por contraria a lo que exige el principio de laicidad, otras de signo contrario también pueden hacer un flaco favor a la laicidad que tratamos de consolidar. No sería un buen camino para ello que la sociedad se viera dividida entre ateos favorables a la laicidad y creyentes opuestos a la misma. La laicidad democrática debe ser compromiso de todos. Y, además, la divisoria entre creyentes y no creyentes es secundaria respecto a aquello que en democracia pretendemos: conseguir una sociedad justa donde todos vean respetada su dignidad.

No terminaré estas reflexiones sin recordar a Dostoievski y su provocadora afirmación en boca de Iván Karamazov: "Si Dios no existe, todo está permitido". Con su relativismo nihilista se puede entrever como telón de fondo del positivismo hedonista del que hace gala el lema que ateos y librepensadores postmodernos han puesto en circulación en estos momentos de crisis. La verdad es que tiene mucha más fuerza el condicional del novelista ruso que el cálculo probabilístico avalado, entre otros, por el biólogo Richard Dawkins, reconvertido a filósofo en su libro El espejismo de Dios. Y ya metidos en harina merece la pena traer a colación al pensador marxista Ernst Bloch, quien en su obra El ateísmo en el cristianismo escribía que "sólo un ateo puede ser un buen cristiano, sólo un cristiano puede ser un buen ateo". Pienso que, dialécticamente, llevaba razón.

Sin necesidad de concluir con el Wittgenstein del Tractatus que "de lo que no se puede hablar, mejor es callarse", sí nos podemos dejar cautivar por estas palabras con las que el poeta Walt Whitman enunció uno de sus mandamientos: "No disputarás sobre Dios". Añadiendo con Erich Fromm: porque acabarás hablando de ídolos.

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