Cambio de sentido

La doble vida de las palabras

Sostengo el primitivo don del asombro ante el sencillo hecho de que usted me esté leyendo en este instante

Mi quiosquero se despacha en un suspiro la montaña de diarios. EnLa Tostaíta Veloz, con redoble de cucharillas y gong con el filtro del café, este periódico da un mortal, vuela de mano, me esquiva y lo atrapa una parroquiana, que se va rauda con él al sol. En la sala de espera, el señor de al lado abre el periódico por las páginas de opinión. Me entra un guasap: un viejo amigo me manda la foto de esta columna y su desayuno. Ángel no se pierde un artículo, con tal de luego discutir conmigo. Desde otro medio, una periodista tuitea el enlace. Mi vecino acaba de reconocer en esta frase un fragmento de su patio. Algún político habrá fruncido el ceño al leerme alguna vez en su dossier de prensa. Tuve un amante tan feliz que buscaba mi columna en la edición del domingo. ¡Qué nervios -pienso a menudo-, quizá lea este artículo Alberto González Troyano! Envueltos en esta página, mañana madurarán dos aguacates, pero aquí y ahora, usted y yo, sin conocernos, hemos comenzado un diálogo.

Las palabras, como hijos naturales, después de darlas a la luz hacen su vida, se van con quien las quieren -también con quienes las aborrecen-. A ello, quienes escribimos debiéramos estar muy acostumbrados. En cambio, no quiero evitar sostener el primitivo don del asombro ante el sencillo hecho -y el respeto y la responsabilidad que conlleva- de que usted me esté leyendo en este instante. Parece baladí, ¿verdad?, en estos tiempos de redes en los que cualquiera suelta lo primero que se le ponga en las teclas. Contaba Eduardo Galeano que a Rosa María Mateo en una ocasión una mujer le escribió una carta, pidiéndole que le dijera la verdad: "Cuando yo la miro, ¿usted me mira?".

Desde aquí, no se me ocurre mejor manera de mirarles que a través de las palabras. La poeta Laura Casielles recordaba el otro día a Nur Levi, que dice: "Es necesario volver a amar las palabras para volver a amar a las personas". "Lo que se publica -continúo con María Zambrano- es para algo, para que alguien, uno o muchos, al saberlo, vivan sabiéndolo, para que vivan de otro modo después de haberlo sabido". Como en la botica del Preste Juan de las Indias -contaba Cunqueiro- donde había unas cosas maravillosas llamadas palabras, que eran dadas con sorbitos de agua a los ayudantes, evitando la muerte por hambre a los más devotos; así quienes escribimos en los medios tenemos el reto de juntar palabras, sí, pero palabras de honor: pensadas, sentidas, airosas, susurradas, insurrectas.

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