Así como el inefable Zapatero reabrió las heridas para recuperar el drama de las dos Españas, la pandemia está haciendo lo propio en el mundo del fútbol. La Federación como brazo armado del Gobierno contra el fútbol profesional que representan la patronal y el sindicato de futbolistas, la AFE. Y ha quedado clara la división política por la forma en que se conduce Irene Lozano, la actual mandamás del universo deportivo español.

La señora Lozano tiene como salvoconducto único con el que circular por la política deportiva el de ser la amanuense de Sánchez. Aquel Manual de resistencia que firmó el presidente fue producto de una labor de negro que en este caso fue de negra, demostrado quedó. Y aquellos servicios de Irene Lozano fueron los polvos actuales, esos que contribuyen a que ni siquiera en este tiempo de tribulaciones el fútbol vaya de la mano sin que nadie ponga palos en las ruedas de nadie.

La división actual es de consecuencias imprevisibles mediante dos trincheras que parecen irreconciliables entre Rubiales y Tebas. Es, salvando las particulares cargas trascendentales, un enfrentamiento en toda regla. Un enfrentamiento en el que ni siquiera faltan prácticas tan mafiosas como la de las escuchas que se facilitan a medios afines a la causa. Y junto a esto, lo anecdótico de qué es mejor si el ERTE o la reducción consensuada que también ha dividido bastante.

Y el fútbol, ese inocente bebé, en medio del fuego cruzado sin enterarse de dónde procede el fuego amigo y de dónde el enemigo. Parece mentira lo que está pasando, pero es la realidad, esa constatación que confirma la sentencia del Canciller Bismarck sobre la solidez de nuestro país. "La nación más fuerte del mundo es España, pues siempre ha intentado autodestruirse y nunca lo ha conseguido", dijo. Realidad tan palmaria ya ha llegado al fútbol, desgraciadamente.