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rafael / sánchez Saus

El duelo de Athenea

MUCHO sufriría Athenea, la diosa que encarna la mesura, la justicia y la civilidad, junto al valor militar, en estos tiempos rotos que vivimos. ¿Puede acaso sufrir una diosa? Sí, sin duda, y sufriente pero serena se la refleja en el maravilloso y conocido relieve del Partenón, triste y pensativa, con lanza y yelmo, manifestando su luto por los caídos atenienses en las guerras en defensa de la libertad y de su ciudad.

Pero no teman, que no por mencionar los tiempos rotos pienso abundar en el tan frecuentado asunto de estos días, la estupefacción con la que el país sigue la irrupción de las huestes podemitas en los ayuntamientos con su fardo de resentimiento, bravuconería y pésima educación. Ya lo hacen otros con sobrada suficiencia. Mi interés es hoy ponerles ante los ojos un libro, precisamente llamado El duelo de Athenea, que lleva el subtítulo, aparentemente contradictorio pero tan afortunado, de Reflexiones sobre guerra, milicia y humanismo. Su autor no es un coronel retirado deseoso de contar sus batallitas, sino un catedrático de Filosofía, Javier Hernández-Pacheco, que rastrea el sentido profundo, el fundamento de la milicia a través de la historia y del pensamiento. Ello le lleva a enfrentarse a cuestiones de viejo recorrido, que se remontan a los inicios de nuestra civilización, como las relaciones entre el soldado y la comunidad de la que procede y a la que sirve, las virtudes y vicios castrenses, o el origen del patriotismo y sus formas; y también a otras muchas surgidas de la deriva de nuestros tiempos: el militarismo y su contrapunto pacifista, la tecnificación de la guerra y la transformación que ello opera en el militar, la incomodidad e incomprensión de la sociedad ante los valores propios de quienes tienen la misión de defenderla. Temas todos que se desarrollan, además, con un lenguaje de inusual precisión, frescura y elegancia.

No puede entenderse que este libro de apenas 180 páginas, publicado hace ya algunos años, no sea hoy un clásico en la formación de jefes y oficiales, más aún, que no se entregue a nuestros soldados junto con el macuto y las botas. "Sin el muro que guarda la ciudad, y sin la voluntad de sus ciudadanos de guardarlo hasta la muerte, la república como espacio de justa convivencia es a la larga inviable". El que está dispuesto a morir, tiene derecho a saber por qué lo hace.

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