La colmena

Magdalena Trillo

mtrillo@grupojoly.com

La dura vida del turista

El debate sobre la tasa es casi una anécdota. La clave está en la atención que demos al viajero y no a los esquilmables guiris

Fin de vacaciones. Da igual el cuándo y el dónde: los paisajes son exportables; los ejemplos, también. Uno: la playa está sobrevalorada. Nerja. Domingo de agosto: atascazo para llegar, malabares para aparcar, a codazos para plantar la sombrilla, colas en la orilla para darte un chapuzón y primera clavada del verano en el chiringuito de turno con espetos momificados, gomas de calamares y sucedáneo de arroz -¡pasan hasta el arroz que no se pasa!-.

Dos: las ciudades turísticas se están convirtiendo en escenarios de cartón piedra. ¿Hora y media a pleno sol para entrar en la librería de Harry Potter de Oporto? ¿Casi dos de resignación para comerte la famosa tortilla de Betanzos? ¿Media hora más para tomarte un vinho verde en la decadente Lisboa tras hacer de sardina en su histórico tranvía?

Cambie estos destinos por cualquiera de las imágenes que le habrán dejado sin espacio en el móvil. Son las consecuencias de la condición humana -de la inquietud y curiosidad que nos lleva a cambiar el trabajo habitual por el duro trabajo del turista- y del calendario laboral: a todos nos da por hacer lo mismo los mismos días y a la misma hora. El resultado conduce a uno de los grandes desafíos del sector turístico (la masificación), nos garantiza semanas de conversación banal en el ascensor y da consistencia a todas esas empresas que se están especializando en la antropología de la vacuidad. Desde los estudios que nos reprenden por no desconectar en agosto hasta los consejos contra el estrés postvacacional pasando por esos números que certifican cuántos kilos extra traemos a casa y cuántos euros hemos gastado de más.

Tiempos de excesos que no son exclusivos de la mayoritaria clase media. Sólo se salvan (por obligación) quienes trabajan, (por imposición) quienes no se lo pueden permitir, (por elección) quienes tienen la estoicidad de renunciar y (porque pueden) quienes logran escapar del mundanal turismo huyendo a destinos de viajeros sin viajeros. Los demás, cada uno a nuestra escala y atrapados en un dilema diabólico entre suerte y planificación, terminamos cayendo. Unos años más que otros; en unos sitios más que en otros.

Empezar el curso reflexionando sobre cómo mejorar nuestros tiempos de ocio tal vez pueda resultar una frivolidad. No lo es si tenemos en cuenta las familias que viven del turismo y lo que aporta a una economía como la andaluza. Menos aún si nos fijamos en la orientación de las políticas públicas con instituciones obsesionadas en pulverizar las estadísticas y en el anquilosamiento del sector privado con empresas repitiendo modelos de atención al viajero del siglo XIX.

El choque de modelos que está dinamitando el sector del taxi se puede observar también en la industria turística: el auge de los alojamientos irregulares y la expansión de los programas de intercambio de viviendas son sólo un par de síntomas que alertan de la transformación irreversible y estructural que se está produciendo en nuestra sociedad. Sentirte turista no es ninguna tragedia; que te maltraten por ser un guiri, sí.

El incipiente debate en ciudades como Granada, Málaga y Sevilla sobre la tasa al viajero es casi una anécdota. Nadie va a dejar de viajar por pagar 1 euro por noche en un hotel como exige Lisboa ni 2 euros en Oporto. Importa la limpieza en las calles, la seguridad, el estado del patrimonio, la atención en los restaurantes, el atractivo de su oferta cultural y de ocio. Importa que no te timen, que no te engañen, que no te agobien. Importa el balance final entre las expectativas depositadas y la experiencia vivida. E importa, en el caso de la tasa, cómo mejoraremos nuestras ciudades y haremos que el turista nos elija, se vaya entusiasmado y vuelva.

No hay fórmulas mágicas pero sí síntomas certeros de que es una ecuación voluble, subjetiva y maleable. Un desafío global y local que nada tiene que ver con la cómoda gestión del turismo de hace un siglo. Factores externos como los precios, las crisis políticas y la inestabilidad del país influyen en los movimientos del viajero pero tanto como los detalles más cercanos e insignificantes. Esos paisajes e impresiones que moldean tu estancia haciéndote sentir como un (privilegiado) turista o un (esquilmable) guiri.

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