La tribuna

josé Manuel Aguilar Cuenca

El economista iletrado

MI madre no fue a la Universidad, ni tan siquiera tuvo oportunidad de completar sus estudios básicos, como la inmensa mayoría de las mujeres (y hombres) de su generación, pero con el paso del tiempo he descubierto que sabía de economía mucho más que alguno de nuestros ministros y presidentes. ¿Por qué les digo esto? En la casa de mis padres fui testigo de épocas de abundancia, con veraneos de un mes completo en Torrevieja, Alcocéber o Calpe, pero también de épocas de dificultades y estrecheces y semanitas en el pueblo.

El reparto de papeles era claro: mi padre era la fuente de la riqueza, un mulo de carga que no perdía oportunidad en hacer lo mejor que podía su trabajo (y, puedo asegurarles, lo hacía muy bien), pero también era el que quería gastar, ir a comer fuera o comprarse un coche mejor. Mi madre era la gestora, la que repartía este pan para este queso y este queso para este pan, la que llamaba al orden y decía no, le sacaba el dobladillo al pantalón y con los restos del cocido hacía croquetas. Dos tensiones contrapuestas, como son hoy los que abogan por el gasto y los que defienden la austeridad. Aun así, sin duda algo bien debieron hacer pues les aseguro que jamás faltó lo imprescindible en aquella casa a ninguno de los que allí vivimos. Por tanto, no puedo sino considerarlos unos economistas de valor probado, gestores atinados y maestros sinceros que cuando hizo falta dijeron a sus hijos no, sin dolerles prendas y conscientes de que el sí siempre es más cómodo.

De la presente crisis hemos aprendido algo: no podemos fiarnos de lo que digan los políticos y, por extensión, sus técnicos en nómina. Mienten sin dejar de sonreír y cuando digo mienten quiero decir que cuentan la verdad como a ellos les interesa. Las opiniones de los políticos y su corte cada vez más parecen una carta de colores: las hay para todos los gustos y tan variadas que alguien debería pensar en numerarlas. Es indudable que por la propia ley de la probabilidad alguno acertará. Como yo aprendí economía de mis padres, voy a aplicar sus recetas e invitarles a que las usen a su gusto en el análisis del último mantra que en las últimas semanas estamos escuchando: no estamos en deflación.

Lo primero que me enseñaron mis padres es que quien manda es quien tiene el dinero. En el mismo sentido lo podemos afirmar al referirnos a la relación entre el acreedor y el tipo sin una perra. Y aquel, en nuestro entorno europeo, es Alemania. ¿Qué le interesa a Alemania que ocurra los próximos años en la economía europea? Como tiene un buen dinero ahorrado y grandes exportaciones, a este país le interesan tipos de interés altos y una inflación baja. Con esta formula está consiguiendo un buen rédito para sus ahorros y seguir haciendo caja. Por el contrario, ¿qué quiere España? Al moroso le interesan los tipos de interés bajos y una inflación alta para que su deuda sea más fácil de pagar. Con esto (sin desviarnos de los principios económicos de mis padres) nos podemos plantear: ¿Va Alemania a convertirse en una hermanita de la Caridad y tomar decisiones que incentiven el consumo, suban la inflación y bajen el interés, es decir, decisiones que vayan contra sí misma?

La segunda enseñanza que me dieron mis padres, cátedras en economía les recuerdo, es que cuando el río suena, agua lleva. Tamaña afirmación me lleva a plantearles que hoy en día es más fácil hacer un análisis económico analizando el comportamiento de las personas relevantes en economía (léase el panadero, la dependienta de la droguería, el periodista, la recepcionista del hotel, etc) que con los informes y números y, mucho menos, con las declaraciones de nuestros dirigentes y los analistas que pueblan los medios. Un ejemplo lo acabamos de ver con la Fiesta del Cine que cerró su quinta edición con una cifra récord: 1.842.444 entradas vendidas en tres días, lo que significa un 15% más que lo que se logró en el otoño pasado. Es decir, los españoles queremos ir al cine, pero si éste es barato.

Yo no soy economista, pero voy al mercado todos los días, soy autónomo, me la veo cada mes con los balances y hablo con decenas de personas a la semana, muchos de ellos titulares de pequeños negocios y todos economistas iletrados como yo. La conclusión tras contrastar datos y opiniones no es que haya un riesgo de deflación, la constatación es que estamos en deflación. A los arquitectos sus clientes les regatean los honorarios porque ya vienen con otro presupuesto más barato en las manos, las consultas de los sanitarios están vacías si no trabajan con los seguros médicos que pagan una miseria por paciente, mi peluquero mantiene los precios de hace tres años (subida del IVA mediante) y a los abogados sus clientes les dicen que irán a consultar su asunto si la primera consulta es gratis. Esto es deflación, digan lo digan los expertos.

El que crea que esto es bueno debe reparar en la última enseñanza de mis economistas de cabecera: todo tiene su pago. Un estancamiento o retroceso de la economía implicará una menor presión en la competencia entre empresas, lo que acarreará un menor gasto en innovación y como los ahorros de la sociedad no darán renta significativa se postergará la compra, a la espera de otra bajada de precios, lo que mermará los márgenes de beneficios y con ello la inversión, la actividad y la creación de empleo.

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