Crónicas levantiscas

Juan Manuel Marqués Perales

Contra elegía

No hay ningún pueblo que haya alcanzado su liberación sin que unos arreen y otros discutan; unos zarandean el árbol, sin romperlo, y otros cogen las nueces para repartirla". A la capilla ardiente de Xabier Arzalluz se han acercado estos días los del árbol y los de las nueces. Eugenio Etxebeste, Antxon, dirigente de ETA, fue a dar el último agur a quien fuese el dueño y señor del PNV. Arzalluz se mantuvo siempre equidistante entre ETA y sus víctimas, y antes de que éstas adquiriesen esa condición doliente, estaba más cerca de ETA que de los vivos y enteros. Y quien no lo entendiese así, o "ancha es Castilla" o podían quedarse, pero "como un alemán en Mallorca". A consecuencia de su bronca con Carlos Garaicoetxea, Arzalluz se refugió en el sabinismo más rancio, étnico y conservador, católico y de leyes viejas, controló las diputaciones, al Gobierno vasco, envió al ostracismo a los militantes críticos y manejó la red clientelar de los batzokis como el señor del cortijo. Hay muchas vidas en la figura de un gran político, Santiago Carrillo tuvo una brillante, patriota, a pesar de las sacas de la Guerra Civil; como el caído Jordi Pujol, que arrimó a Cataluña en los momentos más complicados, aunque después se iba para Andorra, pero para Arzalluz no hay elegía posible, a su entierro sólo han ido los suyos, los muy muy suyos, los de su Rh.

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