Crónica Personal

La entrevista

Borrell ha echado abajo el trabajo de diplomáticos y de otros profesionales que se dejan la piel contra el 'procés'

Que le pase a un recién llegado a la política se puede entender, pero a Josep Borrell… Décadas de trabajo parlamentario, ministro de Obras Públicas y ahora de Asuntos Exteriores, eurodiputado, presidente del Parlamento Europeo… Es inaudito que pierda los papeles ante un periodista incisivo. Un político de altura debe sabe cómo lidiar con toros difíciles, incluido un presentador que supera los límites que separan al periodista incisivo del periodista faltón.

Borrell estaba obligado a preparar la entrevista con especial atención. La cadena Deutsche Welle tiene un prestigio muy superior a la media de las cadenas públicas, que pecan de excesiva condescendencia con sus gobiernos; si no fuera suficiente razón para plantearse el reto con el máximo cuidado, se trataba de una entrevista para emitir en Alemania, el país que marca la política de Bruselas. El país, también, cuya Justicia trató a Puigdemont con guante blanco porque considera que es víctima de unos jueces españoles.

Todo personaje debe abordar una entrevista o una reunión profesional preparando las respuestas adecuadas a las posibles preguntas que puedan surgir. Si se trata de un político todavía más, y si además es ministro, debe acudir al set de televisión perfectamente preparado para responder sobre cualquier tema, replicar sin perder los nervios, rebatir con datos las preguntas que lleven implícitas aseveraciones falsas y, sobre todo y por encima de todo, el entrevistado debe mostrar su cara más amable, más serena, más conciliadora, para desarmar al periodista que plantea la entrevista como un interrogatorio. Porque el ministro, en una televisión extranjera, no se representa a sí mismo, sino al país.

Borrell, por otra parte hombre tranquilo, que ha vivido de todo, que conoce el problema del independentismo catalán mejor que cualquier otro ministro porque es catalán y sufre en sus propias carnes las consecuencias de no ser independentista, con su salida de tono, sus acusaciones al periodista Tim Sebastian de ser un mentiroso, de exigir que se parase la grabación y abandonar el estudio para consultar con sus asesores, ha hecho un flaco servicio a España y al Gobierno. Ha dado alas a los que abducidos por los mensajes de los independentistas y por su capacidad de seducir a periodistas y políticos extranjeros, que con y sin dinero de por medio, se han convertido en defensores de la república catalana y defienden que España es un país con importante déficit democrático y una Justicia instrumentalizada por el Gobierno.

El mal papel del ministro ha echado abajo el trabajo de diplomáticos y de otros profesionales que se dejan la piel intentado bloquear los avances de Puigdemont y afines.

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