MUERTO de envidia. Podría decir que de la buena pero, como buen pecado capital que es, mucho me temo que el ataque de celos que sufro tenga su lado positivo. Estoy en la sede de este periódico delante de dos pantallas: la del ordenador, con el propósito de llenar este hueco, y la que me duele en el alma, la de la televisión en la que estoy viendo el partido de la Copa del Rey entre el Iurbentia Bilbao y el Barcelona. Antes, no me he perdido el choque que ha medido al Unicaja con el Tau. Como saben todos ustedes, el torneo que se celebra en Vitoria nos tiró la 'caña' a principios de año, pero el CB Granada no 'picó' el anzuelo que le hubiera llevado a la cubierta de un magnífico barco llamado historia.

Soy de los que piensa que el club dio un paso al frente y tuvo su mérito cuando llegó a la última jornada de la primera vuelta con opciones de meterse en la Copa. Parecía que estábamos tocando con la yema de los dedos el pasaje hacia la capital vasca, pero se nos cruzó Rudy Fernández para ponernos la 'zancadilla' y hacernos caer a la realidad de la modestia en la que vive el CB Granada. Todavía recuerdo como a falta de doce minutos para la conclusión de ese partido ante el Joventut me veía pensando en qué meter en la maleta para pasar unos días en Vitoria. Pero la magia del baloncesto es capaz de provocar en un suspiro el tránsito de la nada al todo..., y a la inversa, como fue el caso. Y el inmenso gozo que me hubiera supuesto ver estos días al CB Granada en el lugar que ocupa el Akasvayu se hundió en el pozo de las lamentaciones. Fue bonito mientras duró.

Así que aquí sigo desparramado en mi silla viendo como el equipo con el que ascendimos de la mano, hace ya casi cuatro años, sí ha podido dar ese salto de estar entre los mejores disputando un gran trofeo. Ahora, muerto de envidia (de la mala), sólo me queda confiar en que en un futuro no muy lejano podré escribir sobre una página importante de la historia de nuestro equipo. De momento, sueño con el play off... No cuesta nada.