Un epitafio

Los que critican a los inmigrantes se deberían preguntar si no nos hacen falta personas como esta mujer

A comienzos del verano se halló el cadáver de una mujer entre los juncos que crecen a la orilla del Guadalquivir, en la dársena que hay cerca del parque del Alamillo, en Sevilla. Los que solemos pasear por allí pasamos muchas veces junto a los juncos sin darnos cuenta de nada, hasta que al final se descubrió la historia: la mujer había sido asesinada por su ex pareja, que además le había robado 5.000 euros de la cuenta corriente. La mujer, inmigrante, era conocida y respetada por todo el mundo por su laboriosidad y su enorme sentido de la responsabilidad. Justamente se dio la alarma sobre su desaparición porque nadie imaginaba que pudiera faltar al trabajo sin haber avisado de su ausencia. Los que critican la llegada de inmigrantes se deberían preguntar si no nos hace falta tener entre nosotros a personas como esta mujer asesinada por su ex pareja.

Cuando se descubrió el cadáver, el lugar donde había aparecido se convirtió en un altar improvisado. Aparecieron velas encendidas, una foto de la mujer, un manojo de crisantemos blancos y algunos mensajes escritos a mano. Pero el tiempo fue haciendo su trabajo. Primero desaparecieron los crisantemos, luego los mensajes, luego la foto (en la que se veía a una mujer madura que sonreía confiada sin saber lo que le esperaba en la vida), y por último desaparecieron las velas. La última vez que pasé por allí ya no quedaba nada que recordase a aquella mujer asesinada por su ex pareja. Sólo quedaban los juncos y el río que fluía impasible en una dársena que en realidad no llevaba a ninguna parte.

Qué injusto, pensé, y qué cruel que tan pronto se hubiera borrado el recuerdo de aquella mujer que apenas había ocupado unos días los informativos y que después se había desvanecido sin dejar rastro. Y entonces recordé un epitafio latino que leí no se dónde y que tal vez estuviera dedicado a una mujer como ella: "Extranjero, lo que digo es bien poco: detente y lee hasta el final. Aquí está el sepulcro no pulcro de una mujer pulcra. De nombre sus padres la llamaron Claudia. A su marido amó de corazón. Dos hijos engendró. De éstos uno lo deja sobre tierra, otro lo tiene bajo tierra. De conversación suave y de andar comedido. Preservó la casa. Trabajó la lana. He dicho. Sigue tu camino".

Espero que este hermoso epitafio sirva para recordar a esta mujer. Y ahora ya podemos seguir nuestro camino.

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