Otro error ético

Fillon sigue en la carrera electoral, pero con los pies cada vez más enredados en la misma maraña

Se retratan los políticos cuando hablan a los suyos tomándolos por tontos. Quizá lo hacen porque piensen que para ser suyos tienen que serlo un poco (como poco). Y los suyos van y les aplauden enfervorecidamente. Los nacionalistas lo llevan a un extremo sonrojante. Ahí tenemos a Mas, que dice, como si fuese un niño de menos de cinco años, que él no sabía, que nadie le dijo (¿nadie?) que hacía algo ilegal y, a la vez, que la culpa de todo es de los voluntarios, mientras se hace arropar de un montón de voluntarios, que le aplauden. Voluntarios a chivo expiatorio, podríamos decir.

Pero los nacionalistas, ya se sabe, son muy cerrados, y no sólo de fronteras. Más me duele la excusa de François Fillon, porque es más de los míos, en cierto modo. Como sabemos, le puso un sueldo de asesora a su mujer y otros a sus hijos, que negaron, hasta que les cogieron con el carrito del presupuesto, y los han tenido que reconocer. Fillon ha dicho que fue, aunque legal, un error ético, y que pide disculpas, y que -arrepentido y renovado- sigue en la carrera electoral.

Me ha sonrojado. Porque el error ético no fue darle un sueldo de asesora a una cónyuge entregada que seguro que se pasa los días y las noches asesorando a su marido, como hacen todas, Dios se lo pague. Con su excusa, Fillon ha actuado como ese pájaro de la Pampa que retratan los versos del Martin Fierro y cuya táctica le gustaba recordar a Ortega y Gasset: "Pero hacen como los teros/ para esconder sus niditos:/ en un lao pegan los gritos/ y en otro tienen los güevos". Fillon apunta el "error ético" que era legal, para esconder el feo, el del nidito y los güevos, que es haber mentido descaradamente y no haber reconocido unos hechos que, en efecto, no eran ilegales y que, a su debido tiempo, podían haberse vendido, con sinceridad, haciendo una valiente defensa del papel del cónyuge y de la familia en la trayectoria de un político que dice defender los valores más tradicionales.

Sobre un hipotético error ético, que, al reconocerlo, se hace indiscutible, Fillon ha sumado tres errores más (y menos éticos aún): la negativa mentirosa de entonces, la ocultación de ahora de que ése fue el problema y, todavía peor, el tomarnos por tontos a todos los que teníamos confianza en él. Así las cosas, al pobre François Fillon sólo le van a creer los voluntarios, como al otro de Cataluña, él que no sabía y al que nadie dijo nada de nada.

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