El lanzador de cuchillos

El escracheador escracheado

La cosmovisión del fanático es totalitaria y ve en el adversario político un enemigo, un no ser, que, como tal, debe ser anulado

Aíñigo Errejón, viejo reventador de conferencias y hoy político del starsystem, se le encaró hace unos días, a la salida de un acto, su propio pasado. El antiguo alborotador y actual candidato a la Presidencia de la Comunidad de Madrid ha mutado de escracheador a escracheado, en un viraje similar al que llevó a su examigo Pablo Iglesias de vivir en el piso vallecano de la abuela a un chalet en la sierra madrileña con escolta de picoletos.

Es evidente que los jóvenes de Frente Obrero que acosaron e insultaron al compa Errejón no han leído nunca a Albert Camus. De lo contrario, los ultras de izquierdas -siempre hay alguien más ultra y más de izquierdas- habrían sabido que es ilegítimo utilizar la coacción en nombre de la libertad porque en democracia son los medios los que deben justificar el fin.

Dice Muñoz Molina que en nuestro país se discute mucho de política pero es extremadamente raro el debate, el contraste argumentado y civilizado de ideas en el que cada uno se expresa con libertad y está dispuesto a aceptar que el otro tenga una parte de razón.

En los últimos tiempos, además, -y en eso ha jugado un papel importantísimo el podemismo- la democracia española ha sufrido un repliegue hacia la intransigencia. Estamos asistiendo al ascenso y entronización de los fanáticos y los intolerantes, individuos persuadidos de estar en posesión de la verdad absoluta y del derecho de imponerla urbi et orbi. Y, sin embargo, como ha recordado el rey a otros famosos acosadores, no conviene confundir el culto a la libertad con el desprecio hacia las leyes.

El fanático -si lo sabrá Errejón- grita su verdad y no atiende a más razones porque encarna la rectitud y la honradez con mayúsculas y los que le discuten sólo pueden hacerlo movidos por intereses bastardos. Su cosmovisión es totalitaria y ve en el adversario político un enemigo, un no ser, que, como tal, debe ser anulado, suprimido, silenciado.

Los demócratas tenemos que defendernos de la intolerancia militante. Porque hoy ha sido Errejón, ayer fueron Rosa Díez -¿te acuerdas, Iñigo?-, Rivera o Rubalcaba y mañana puede ser cualquier otro.

Tenemos, ahora más que nunca, el derecho (y el deber) de discutir, de confrontar ideas, de estimular la reflexión y promover el debate político. El derecho a hablar y la obligación moral de escuchar: la generación de la Transición no se dejó la piel en la lucha por la libertad para que, cuarenta años después, sus nietos vuelvan a amordazar a los que piensan distinto.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios