¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Sin esperanza

Cataluña, como le pasaba a las heroínas románticas, está demostrando una capacidad infinita para la infelicidad

Bien conocidos son los versos que el Dante leyó escritos en el dintel de la puerta del infierno: "¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!". Algo así debería rezar en los carteles que, en autopistas y secundarias, dan la bienvenida a Cataluña. El procés, aunque conserva los movimientos espasmódicos de un rabo de lagartija recién sajado, está completamente desarticulado, con sus principales líderes anulados y, sobre todo, sin un mapa con el que guiarse por esa endiablada geografía en la que se ha convertido la política catalana. Pero que nadie se engañe, el independentismo estelado no se diluirá de la noche a la mañana -quizás nunca lo haga- y, probablemente, se convertirá a partir de ahora en un oscuro planeta que afectará con sus ondas gravitatorias a todos los movimientos del sistema autonómico español.

Creen algunos que Cataluña, al igual que Italia, tiene una poderosa sociedad civil que suplirá con su dinamismo el caos político de sus instituciones. Sin embargo, estos optimistas obvian el clima de rencor que se ha instalado en las aldeas y barrios de los Països, una arena que impide el correcto funcionamiento de los engranajes de cualquier comunidad. El problema catalán ha dejado de ser político para mutar en pasional, y las pasiones, todos lo sabemos, son difíciles de curar. El gobierno de unidad catalana propuesto por el astuto Iceta -e inmediatamente boicoteado por sus compañeros mesetarios- era una entelequia cuyo único fin consistía en consolidar la imagen equidistante de un PSC que no termina de encontrar su sitio en el paisaje postprocés. La única que parece tener claras las cosas en Cataluña es Inés Arrimadas, la Jeannette del constitucionalismo cuya figura, como quedó claro en el último pleno-trampa del Parlament, crece cada día más.

Hoy por hoy, Cataluña está condenada a una guerra de trincheras, a una masacre inútil de talentos y propuestas. Con esta crisis, el resto de españoles hemos descubierto que el famoso seny apenas consistía en una simple astucia de pequeño comerciante y que la sociedad catalana también adolece de ese irracionalismo ibérico tantas veces reprochado a los pueblos del otro lado del Ebro. Cataluña, como le pasaba a las heroínas románticas, está demostrando una capacidad infinita para la infelicidad; se está gustando en su papel de nueva víctima de la España negra. El problema es que eso que antes se llamaba el mundo libre le haga caso. Ya hay señales inquietantes, como los editoriales que el NYT y The Times le dedicaron a la cuestión. No hay nada más poderoso que un prejuicio histórico renovado bajo apariencias modernas. En eso están ahora los indepes.

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