Una estación más apropiada

Hay quien ve el verano como una mentira colosal de la que conviene precaverse. Una de esas personas era Philip Larkin, un poeta grande de verdad

En el supermercado han colocado un expositor lleno de cuadernos escolares, lápices de colores, carpetas, paquetes de folios. Ayer mismo, justo en el mismo pasillo, había un expositor con productos playeros: flotadores, rastrillos de juguete, cremas solares. Hoy han desaparecido las cremas y los rastrillos. Y la visión de esas carpetas y de esos folios nos recuerda a los que todavía podemos disfrutar de unos días de vacaciones -somos privilegiados, lo sé- que el tiempo se está acabando: tic, tac, tic, tac, tic, tac… El difunto comandante Chávez quiso convertir el tic, tac, tic, tac en un lema revolucionario, pero al final el que se fue detrás del tic, tac que iba a acabar con todas las injusticias fue él mismo, hace ya casi diez años. Y a los pobres venezolanos les dejó como herencia un país destruido: la promesa de felicidad colectiva, como ocurre siempre, acabó convertida en una mentira colosal. Una vez más.

Hay quien también ve el verano como una mentira colosal de la que conviene precaverse. El gran Philip Larkin -uno de los poetas verdaderamente grandes del siglo XX-, que nació en agosto hace justo un siglo, escribió un poema partiendo de esta idea: "Madre, verano, yo". En el poema cuenta que su madre, que era tan rarita como Larkin, prefería las súbitas tormentas de agosto antes que la perfección de un día de sol radiante: así se aseguraba de que no iba a hacerse ilusiones que al final sólo acabarían desengañándola. Para ella, la felicidad del verano sólo auguraba una nueva decepción. Por eso prefería los días nublados, que nunca engañaban y nunca prometían nada. Y lo mismo le pasaba a su hijo (cito sus versos en la excelente versión de Damià Alou): "Y yo, su hijo, aunque nacido en verano/ y amante del verano, sin embargo/ me siento más a gusto cuando caen las hojas; los días de verano parecen demasiado a menudo/ emblemas de una felicidad perfecta/ que soy incapaz de afrontar: debo esperar/ una estación menos osada, menos exuberante y despejada:/ el otoño parece más apropiado".

Queda aún mucho verano por delante, pero ahora que tenemos que volver a la rutina y al trabajo, con sus súbitas tormentas y con las decepciones cotidianas, conviene hacerse a la idea, igual que hacían Larkin y su madre, de que el otoño -menos osado, menos exuberante- parece una estación más apropiada para vivir.

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