Res Pública

José Antonio Montilla

montilla@ugr.es

La ética de lo común

Cuando son más de cien las bicicletas destrozadas en una semana debemos preguntarnos qué ocurre en esta comunidad

Lo que está ocurriendo con las bicicletas de alquiler en Granada merece una seria reflexión colectiva. Cuando cinco o seis individuos destrozan bicicletas estamos ante episodios provocados por un grupo de incívicos; cuando son más de cien los casos en apenas una semana el problema adquiere otra dimensión. Debemos empezar a preguntarnos qué ocurre en esta comunidad. Siempre habrá quien eche la culpa a la gratuidad de estos primeros días o a la mala organización del sistema de depósito. Son los que siempre encuentran un político a mano para considerarlo culpable de cualquier cosa. Sin embargo, es obvio que, en este caso, el problema no está ahí. Son hechos que muestran a una sociedad con una carencia de ética de lo común.

Pues no se trata de un caso aislado. Desde que inició su actividad el Metro observo dos actitudes que se enmarcan en esta ausencia de ética de lo común. En primer lugar, la de la gente que se sube sin pagar. Cualquier pequeña aglomeración es una buena excusa para pasar de largo y que los demás le paguemos a prorrata su billete. No parecen personas con especialidades necesidades, a las que 80 céntimos le mermen su economía; el problema es otro.

La segunda actitud anticomunitaria que se advierte en el Metro es la ocupación de los asientos reservados para personas con movilidad reducida. Siempre había querido decir algo a esos adolescentes que entran al vagón sin mostrar ningún problema de movilidad y se abalanzan con toda rapidez sobre los asientos reservados, para seguir consultando el móvil. Hace unos días encontré la oportunidad idónea al subir con mis padres. Con educación pero con firmeza los levanté de los asientos para que los ocuparan personas que, notoriamente, los necesitaban más. Debo decir que no pusieron inconveniente e incluso uno de ellos pareció mascullar algo parecido a una disculpa. Imagino que cuando se lo digan varias veces y el resto de personas los miren con desaprobación se acostumbrarán a no ocupar esos asientos.

Esto me hizo pensar en la responsabilidad colectiva que tenemos en estas actitudes anticomunitarias, especialmente de los jóvenes. El proceso de socialización debe hacerse en la casa y en la escuela. Pero seguramente todos podemos contribuir indicándoles con respeto que no están haciendo lo correcto. ¿A quien no le han regañado en un país del norte de Europa por ocupar un carril bici o por parar el coche en un paso de peatones? Son sociedades en las que todos se consideran implicados en el respeto de lo común, y actúan en consecuencia. No me parece mal modelo.

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