Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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La excelencia como estropajo

Insoportables los tuits con los que algunos intentan apropiarse de los éxitos ajenos. Entran ganas de que pierda Nadal

A Pánfilo le ha dado últimamente por la autoficción, como a cualquier autor de relatos personales de éxito, y me cuenta como suyas cosas que le han pasado a otros. Y se las cree a pie juntillas. Esto le sucede desde hace poco, antes era más dado a inventar relatos como del realismo social. Con lagartija al sol, campesinos abrumados por la calor, la injusticia, la sed, con el hervor de la revolución quemándoles las entrañas. Como el hombre, eso sí, ha aprendido con la edad a relacionar unas cosas con otras, me compara sus paseos por Gran Vía del brazo de un colega alto y guapo al que los niquis la caían de fábula, con los tuits que cuelgan los políticos siempre que algún paisano obtiene una medalla o culmina una hazaña de cualquier tipo. Pánfilo es un hombre de estructura corporal corriente: sería difícil encuadrarlo dentro de los estándares de belleza o de fealdad. El hombre recibió las flechas -más bien pocas- que le asignó Cupido y ha vivido un poco acomplejado por el poco interés que, me confiesa, ha despertado en las mujeres. De las que se declara dependiente en extremo, hasta el punto, dice, de que hasta hace muy poco -antes de que la entropía comenzara a enseñarle la patita por debajo de la puerta-, cuando estaba cerca de una de ellas, su libre albedrío desaparecía por completo. Sin esfuerzo, argumenta, las mujeres disfrutan de un tipo de visibilidad muy superior al de los hombres; él se considera, por el contrario, un ser invisible y afantasmado. Según me autoficciona, se paseaba, como dije más arriba, por lo que él llama, con el poeta Villaespesa, la recta brutal de la Gran Vía, cogido del bracete de su amigo con la intención de que alguna de las miradas que le dedicaban a su acompañante desviaran su curso natural y lo alcanzaran. Igual que él utilizaba a su amigo como gancho, me explica, los políticos se cogen en las redes del bracete de todo el que sobresale y, a tuiterazo limpio, intentan aparecer como colaboradores necesarios en su éxito. Sus hazañas las usan como estropajo para limpiar, fijar y dar esplendor subrogado a sus flácidos currículos. Pánfilo me asegura que se equivocan y que la excelencia de los mejores, cuando ellos la magrean, lo que hace es resaltar su tosca mediocridad. Igual que la belleza de su colega resaltaba su insignificancia.

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