No sufran por Puigdemont, el exiliado de Bruselas. El hombre está encantado de haberse conocido, sumando su historia al conde de Egmont, Víctor Hugo, Marx y Engels. Anda acobardado por el frío, pero todavía faltan un par de meses para que lleguen las nieves a la ciudad. Para entonces se habrán celebrado las elecciones y podría terminar su escapada, tras jugar al ratón y al gato con la justicia española. Hay muchos entretenimientos para el turismo político; buenos restaurantes con waterzoois, moules-frites y cervezas de todas clases. También, lugares en los que avivar viejos resentimientos en el ánimo de los belgas, con precedentes históricos de emancipación de la Corona Española.

Podría en la Grand Place mejorar el "Franco sigue vivo" con un "Felipe II ha vuelto". Allí en 1568 el duque de Alba ejecutó a los condes de Hornes y de Egmont, convirtiéndoles en héroes eternos de los Países Bajos y Bélgica. Nótese que Egmont rima con Puigdemont. El depuesto presidente de Cataluña podría hacer su próxima aparición en la fachada de la Maison du Roi, donde se recuerda que ante ese edificio fueron decapitados los condes "ilustres víctimas de la represión" durante la rebelión contra la autoridad del Rey de España. Su mismo caso, vamos…

No podrá emular, sin embargo, al dramaturgo francés Víctor Hugo, que vivió en la Grand Place unos años de exilio. Porque el autor de Los Miserables era partidario de los Estados Unidos de Europa, con un Senado soberano; no de convertir a comarcas en naciones. Y tampoco se acercará a Marx, que se reunía el Café du Cygne con Engels cuando redactaban el Manifiesto Comunista. Ahora el fantasma que recorre Europa no es el comunismo, sino un virus oportunista: el populismo nacionalista.

La rebelión catalana no es una broma, sino un perfecto producto de propaganda. Incluida la huida o la cárcel de ocho miembros del Govern que promovió la independencia. Es su fórmula perpetua: provocación, reacción del Estado, protesta por la respuesta desproporcionada, hábil propaganda y aumento de la base independentista. Si no hubiesen ido a prisión, los sediciosos se habrían sentido decepcionados y Marta Rovira no habría podido hacer sus ensayados pucheros diciendo que España es un estado fallido. ¡Fallido!, como Libia o Venezuela. Si la juez Lamela hubiese querido castigar duramente a Puigdemont, lo habría ignorado; como si no existiera. Para que preguntara por las comisarías si alguien le buscaba y le dijesen que no.

En Bruselas a quien sí se podrá equiparar es a unos 200.000 ricos franceses que se han instalado en Bélgica huyendo del impuesto de patrimonio creado por Hollande en 2013. Les llaman exiliados fiscales; piensan que Francia les roba. Ese es el encaje del conde de Puigdemont y de sus honrados golpistas. Honrados, los que no sean delincuentes del 3% o tengan cuentas en Andorra junto a su Padrino Pujol. A Andorra llegan las nieves que todo lo blanquean antes que a Bruselas.

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