Cámara subjetiva

Ángeles Mora

Una fábula de hoy

ME lo contaron hace algún tiempo y fue como un latigazo inesperado, un golpe directo al mentón, de esos que dejan a un boxeador grogui, perdido. Cada vez que lo recuerdo me vuelve a suceder lo mismo. Es como un cuento y así lo traigo hoy a esta columna, cansada ya -la columna y yo- de mirar un mundo tan indecente en tantos aspectos que no dan ni ganas de mirarlo.

Es la historia de un niño saharaui que vino de vacaciones a nuestro país. Ya saben, esos niños que vienen a pasar un mes o un verano entre nosotros con una familia que los acoge y los mima durante ese tiempo y luego tiene que dejarlos marchar. A veces esos niños vuelven. A veces se establece un lazo entre ellos y las familias de acogida y el niño -conozco algún caso- acaba quedándose entre nosotros para estudiar y labrarse aquí un porvenir, con todos los riesgos psicológicos y las dificultades de adaptación -de cualquier manera- que eso entraña.

Nuestro niño venía del desierto, venía de la escasez, de la falta de todo: ninguna comodidad, ningún juguete, ninguna chuchería, poca comida, menos agua. Lo justo para sobrevivir. Como todos los niños, sin duda el nuestro también tenía dos mundos: el real y el de la fantasía, que se levanta entre los juegos y los sueños. Un mundo donde habitar a solas, donde arropar su intimidad, donde alojar la esperanza. Un niño siempre espera otra vida que llegará cuando sea mayor. Aunque, curiosamente, al ser mayores volvamos una y otra vez a buscarnos allí, en aquel niño que fuimos: en el fondo, lo único casi que seremos siempre.

Un día bajó del cielo en un avión brillante que parecía escapado del mejor de sus sueños. Y cayó entre la abundancia de repente: juguetes, dulces, comida. Al principio comía mucho, como quien no sabe si va a poder hacerlo después. Luego se dio cuenta de que aquí, en la casa mágica donde vivía ahora, siempre había alimento y agua y televisión, buenas camas y ropas, muebles, manteles. Y en la calle luces, tiendas con muchas cosas que se podían comprar, parquesý era como vivir en un mundo fantástico. Estaba fascinado, desconcertado, contento. Nunca hubiera imaginado algo así.

Los días pasaron felices, pero pasaron. Y llegó el momento de decirle adiós. La familia que lo había invitado se había encariñado mucho con él. Le quisieron hacer un regalo especial de despedida. Estaban dispuestos a darle cualquier cosa que pidiera. Y se quedaron mudos cuando oyeron la petición tímida del chiquillo señalando un grifo. Quería llevarse a su tierra un grifo de agua.

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