Assange no es exactamente un Robin Hood justiciero que roba información a los ricos para dársela a los desheredados. Tuvo mérito WikiLeaks, organización sin ánimo de lucro creada por él en 2006. Julian saltó a la fama por la publicación de centenares de miles de documentos secretos. Toneladas de archivos clasificados de Estados Unidos, vídeos sobre las guerras de Afganistán e Irak, cables confidenciales enviados desde embajadas norteamericanas en todo el mundo: pruebas de la muerte de civiles y prisioneros combatientes, de torturas por parte de agentes americanos, terceros países o contratistas privados. Ejemplar.

Pero tras ese éxito mediático se convirtió en una celebrity manipulable que ha devorado al personaje. En "un narcisista" como le reprochó el juez británico que lo metió en la cárcel esta semana. El final de sus siete años en la embajada londinense de Ecuador ha sido un culebrón. El presidente Lenin Moreno lo ha calificado de niño malcriado, aunque a su salida de la sede diplomática el guapo conquistador cuarentón que entró en 2012 parecía un viejo prematuro, a medio camino entre El grito de Munch y el autoretrato de Rembrandt. Moreno le acusa de agresión y maltrato a los guardias, bloqueo de cámaras de vigilancia, manipulación de equipos electrónicos, robo de archivos y altercados que reflejan una convivencia hostil.

Un inquilino que no pagaba la estancia, generaba cuantiosos gastos y ponía reclamaciones diarias a su casero. Moreno le acusa también de inmiscuirse en asuntos internos de diversos países. Nos toca de cerca. En 2017 hizo cientos de tuits a favor del procés en impecable español y excelente catalán, comprando el discurso ultranacionalista indepe de que España es un estado franquista y una potencia ocupante. O era el propio Assange o una franquicia que tuiteaba en su nombre a favor de los ricos que querían separarse de los pobres. Asunto muy alejado del bosque de Sherwood.

Periodista, hacker, héroe, villano, acusado en Suecia de violación y por Estados Unidos de conspiración, la intromisión de Assange en el asunto catalán es anecdótica si se compara con la trascendental operación de los mail de Hillary Clinton durante la campaña electoral que llevó a la Casa Blanca a Donald Trump. Las filtraciones de WikiLeaks en sintonía con los intereses de Rusia se han producido en otras citas con las urnas; por ejemplo en Francia, con material comprometedor para Macron, antes de la segunda vuelta contra Le Pen. Pero las decenas de miles de correos de Hillary pirateados por hackers rusos y difundidos por los servicios de Assange a cuatro días de las elecciones americanas superan cualquier otra injerencia del ciberactivista australiano en la vida política de occidente.

Y con los estacazos a favor del mismo lado: el ultranacionalismo catalán, el ultraderechismo francés y Trump que es la suma de ambas cosas. No. No parece propio de Robin Hood.

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