Paso de cebra

José Carlos Rosales

A favor del espeto

Aveces las cosas no se entienden porque no pueden entenderse. Aunque intentes por todos los medios explicártelas, no puedes conseguirlo. Y no se trata de que aquellos que te cuentan lo que pasa no hagan bien su trabajo, se trata que lo que pasa no obedece a ninguna clase de lógica: mientras que en las playas de Málaga ya no se multa (transitoriamente) a los que asen sardinas en la playa, en las costas de Granada se multará irremediablemente a los que vendan espetos. Así de raras son las cosas.

Las informaciones que he leído nos remiten a la Dirección Provincial de Costas, al Ministerio de Medio Ambiente Rural y Marino (¡menuda puntualización administrativa la de "rural y marino"!) y a la Ley de Costas. Todo muy razonable. Pero los peatones de la historia (a los que generalmente nos encanta comer espetos de sardinas) difícilmente podemos entender que una acción tan beneficiosa para la salud (la ingesta de sardinas frena el colesterol) pueda ser legal en el municipio de Nerja, en Málaga, y motivo de multa en La Herradura, a sólo 18 kilómetros, sólo por el hecho de estar en la provincia de Granada. Me imagino el próximo tráfico ilegal de espetos, espeteros y sardinas en la frontera granadino-malagueña; también podrían transitar con la mercancía ilegal rápidas zodiacs que en un abrir y cerrar de ojos se escabulleran de los guardacostas. Sería estupendo salir en las noticias internacionales como protagonistas de un nuevo tráfico ilegal, que, como todo tráfico ilegal, pronto desembocaría en una policía especializada (la policía montada del espeto), una nueva drogadicción (con toda su caterva de sociólogos, terapeutas, antropólogos, psiquiatras, oenegés y comisiones parlamentarias) y, con suerte, un muro como el de Arizona entre Granada y Málaga. Si nos ponemos a pensar se me ocurre que la industria del cine andaluza encontraría aquí un filón infinito: multitud de películas de todos los géneros (policíacas, románticas, docudramas, comedias…) mostrarían al mundo un nuevo motivo de tensión fronteriza, netamente andaluz, el tráfico ilegal de espetos.

Todo ello sin contar con la reciente estatua dedicada al espetero (el que hace los espetos) que luce soberana en el Paseo Marítimo Antonio Banderas, en el barrio de La Misericordia, al oeste de Málaga. ¿Habría que derribarla al homenajear un oficio perseguido? ¿Trasladarla a una plaza del interior para que dé testimonio de una ya superada costumbre bárbara del siglo pasado? No sé. Desde el origen de la humanidad hemos comido al aire libre, delante del fuego, asando en una caña una liebre o un pescado. ¿Tan grave es seguir haciéndolo?

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