paso de cebra

José Carlos Rosales

El fielato cabalga de nuevo

EL consejero catalán de Agricultura, Josep Maria Pelegrí, propuso el pasado viernes a sus conciudadanos que intensificaran su "patriotismo alimentario", es decir, que consumieran preferentemente productos agroalimentarios autóctonos, o sea, catalanes: "Si entramos en un restaurante y consumimos vino de La Rioja no estamos ayudando al empresariado catalán", añadió confiado y seguro, convencido de haber descubierto el Mediterráneo. Qué barbaridad: si cada uno de nosotros consumiéramos solamente productos originarios de nuestra comunidad o comarca, ¿qué pasaría con los excedentes agrarios, conserveros o vinícolas que nos llegan del resto de España, de Europa o del mundo? Ahora, en un planeta cada vez más globalizado, ¿cómo se puede pedir a la ciudadanía (catalana o no, qué más da) que consuma productos autóctonos y procurar al mismo tiempo que esas mismas industrias autóctonas (alimentarias o no) conquisten mercados internacionales y vean crecer sus exportaciones?

Supongo que el señor Pelegrí estará encantado de que fuera de Cataluña se beba el magnífico cava catalán, el estupendo fuet catalán, los maravillosos e inolvidables vinos catalanes del Penedés, las saludables aguas carbónicas catalanas de origen termal (de Caldes de Malavella, Girona, por ejemplo), las sabrosísimas galletas de Santa Coloma (llamadas teules o teulas) o tantas cosas más que sería imposible enumerar aquí. Todo se está volviendo raro: queremos que lo nuestro se venda fuera, pero que lo de fuera no se consuma mucho aquí. No sé. Todo patriotismo (alimentario o no) me parece un asunto rancio y antiguo, desfasado. Sobre todo en esta época en la que cualquiera de nuestras casas está llena de ropas, artilugios y comidas que (afortunadamente) vienen de todas las partes del mundo.

En una de las muchas oficinas anodinas en las que trabajé en el pasado, había un compañero que sólo bebía cervezas andaluzas, que rechazaba los calamares a la romana si no estaban fritos con aceite andaluz, que preguntaba si las aceitunas eran de "nuestra tierra"; a mi amigo le encantaba esa idea tan arcaica de "lo nuestro" y tanto alardeaba de su patriotismo culinario que llevaba una pegatina en su coche: "consuma productos andaluces". A este paso, y siguiendo las ideas peregrinas (nunca mejor dicho) del señor Pelegrí, cualquier día de estos se recuperarán las aduanas entre poblaciones (fielatos se llamaban), incluso entre barrios (el barrio también es una unidad de destino en lo universal): porque si los vecinos de la Chana ya tienen sus propias pastelerías, no se puede entender (ni admitir) que merienden con las famosas Maritoñis del Zaidín.

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