La columna

Juan Cañavate

jncvt2008@gmail.com

Entre las flores

Si hay gobernantes que no están a la altura, también hay gobernados que se las traen y que no tienen arreglo

Empezó hace unos días al volver de la playa, ese lugar donde la gente en general, por lo del yodo o el poniente, acaba convencida de que es más guapa. Y volvía, sería por eso, con mejor opinión de mí.

Y fue llegar a la puerta de mi casa y descubrir que alguien habían vuelto a robar las flores que, con estúpida obstinación, planto en una jardinera de la calle que el Ayuntamiento, con la misma obstinación, mantiene olvidada y sucia.

¿Qué quieren que les diga? Entre llevarle flores a la Patrona en días señalados y llenar las jardineras vacías y olvidadas de mi calle, me parece más civilizado lo segundo. Cosa que parece que a otros no les gusta, y será por eso que han desaparecido ya ocho o diez pensamientos, cinco matas de romero, un olivo, un pino y una mimosa que no llegó al invierno.

En el último robo se han llevado siete matas de alhucema y una palmerilla de mediano tamaño que compré en un vivero cercano con la vana esperanza de verla crecer y, aunque comprendí que ya no podría ser, pensé, con Valdés Leal, que todo es efímero y que tampoco era tan importante el robo, aunque, no lo negaré, con un punto de mala hostia contra tanto desalmado.

Pasé una noche mala, en duermevela y con la extraña sensación de que algo mutaba en mi interior y hasta en mi superficie y, cuando en la mañana me miré al espejo, ahí estaba; ese gesto como de peste metida en la nariz que identifica a una subespecie de granadino troglodita más que habitual en su rostro cuando, con su correspondiente cónyuge, pasea satisfecho por la Carrera de la Virgen intentando no saludar a nadie y convencido que lo que es de todos, es sobre todo, suyo.

Descubrí esa mañana triste de transubstanciación que me había pasado al lado oscuro de mi ciudad y desde ese día, sin poder evitarlo, robo las plantas y hasta la tierra de las jardineras públicas, no recojo los excrementos de mi perra, orino en las esquinas, dejo la basura en cualquier lado y voy buscando bicis de alquiler… Luego, cuando llega la tarde, me acerco a la Carrera y con la nariz bien arrugada y cierta cara de asco, paseo arriba y abajo de la calle, intentando no saludar a los conocidos.

Y a veces pienso que, si hay gobernantes que no están a la altura, también hay gobernados que se las traen y que no tienen arreglo.

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