La foto borrada

Una fotografía personal gana más valor cuando nos ha vencido el tiempo

En una fotografía esperamos ver la resurrección de nuestro pasado. De aquel momento vital en el que, hace décadas, paralizamos con una cámara fotográfica un instante que quedó impreso sobre un papel que creíamos iba a ser eterno. Nuestra vida no lo es, por lo que la fotografía se convierte en la herramienta factible para poder resucitar lo que ya sólo tiene vida en nuestra mente. En la memoria del corazón. Creemos que ese retrato de papel puede hacer nuestra vida pasada eterna. Un abrazo de nuestros padres que, habiendo fallecido ambos, tiene la capacidad de escucharles mientras posaban. Nuestros hijos jugando con el caballito de madera que les regalaron en su Primera Comunión. La niña con el precioso vestido de satén portando las arras en la boda de su tía. Las fotografías de los heroicos y exóticos viajes al extranjero. La campaña promocional del primer trabajo. La frescura de tu rostro cuando eras una infante. Veo en mis ojos lo que pensaba y hacia donde se dirigía la mirada de mis sueños. Las voces de un feliz día en el pantano con las amigas de la adolescencia. Abrazando a tu perra, Linda. Con los primos, bailando con tu traje de gitana preferido en la Feria…. Años después, retomar en tus manos el retrato de esa escena congelada, paradójicamente, revive en ese limitado marco de plata, alpaca o madera, la inmensa sensación de aquella maravillosa vida, que lo fue, y deseas que, ahora, lo vuelva a ser. La fotografía es el interruptor para encender nuestra memoria. Décadas después, deseas que quien contempla esa escena junto a ti sea capaz de sentir tu misma grandiosidad. Como si tu pasado hubiera sido el suyo aún cuando esas personas no habían nacido. Una fotografía personal gana más valor cuando nos ha vencido el tiempo. La vulgaridad de un gesto precipitado te llevó a colocar los retratos en un cajón que debía ser un refugio provisional, pero que se convirtió en su ataúd devorado por el hambre de la humedad en el tiempo. El moho ha carcomido el primer plano de tu propia cara desdibujándote en una obra abstracta. Y quieres detener esa contaminación irreparable que pretende matar la memoria de tu pasado. Siempre que ves una fotografía la disfrutas mientras está intacta, pero al verla deshaciéndose y sin copia que resuelva la catástrofe sientes la desgarradora puñalada de que si esa fotografía se va, esa parte de ti muere. Te arrepientes de no haber custodiado esa foto que creíste conversaría eternamente tu via. Cuando una fotografía muere, muere también la hipnosis de ese capítulo preñado de la memoria que guardaba para ti.

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