Dicen que se valoran más las cosas cuando no se tienen. En días en los que los termómetros de las calles marcan hasta 39 grados -vale que están durante muchas horas a pleno sol, pero 40 grados son 40 grados-, las fuentes que durante el invierno quizás son ignoradas se contemplan como pequeños oasis urbanos. Son un respiro para el caminante y, especialmente, para los turistas, que beben, se reponen y algunos aprovechan hasta casi para ducharse. Casi siempre precavidos, suelen preguntar al autóctono eso de si se puede beber.
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