crónicas levantiscas

Juan Manuel Marqués Perales

La generación del Liang Shan Po

LE oí contar hace ya muchos años a García Hortelano que lo único que compartían los escritores de la generación de los 50 era la ginebra, así que un día, entre manzanilla y manzanilla, le pregunté a Caballero Bonald, quien después de unos segundos de suspense, respondió con una sonrisa burlona: "No sé... puede que sea cierto". Es verdad, unos eran escritores posguerristas y otros, como el flamante Cervantes, un artesano de la palabra, un Carpentier que huyó del Jerez lego y el Madrid del bocata de calamares para buscar en Colombia un acento peculiarmente literario. Lean a Bonald como si quien relatase el texto fuera él, con esas eses perennes y poéticas. Generaciones. Javier Cercas escribe ahora de la nuestra, de aquellos que nos enteramos de la muerte de Franco porque esa mañana no fuimos al colegio. Las leyes de la frontera habla de eso muros que dividían a las ciudades del BUP y la FP: al otro lado del río, al otro lado de la vía del tren, al otro lado de la carretera industrial. Donde estaba el Liang Shan Po, el territorio comanche de una generación de sobrantes. Lo único bueno era el exceso de cupo de la mili, pero siempre sobrábamos: en la universidad, en el mercado laboral y, en el futuro, en el reparto de las desnutridas pensiones. La generación aturdida, la del bienestar esfumado. La de Salva Gutiérrez Solís y su Escalador congelado.

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