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Rafael Padilla

La generación "crisis"

YA en julio de 2009 tuve la ocasión de reflexionar, en estas mismas paginas, sobre el fenómeno de la llamada generación ni-ni. Me parecía entonces -y me parece hoy- que la expresión aúna, injusta, grosera y peyorativamente, dos actitudes muy diferentes, una atendible y otra inexplicable, identificadas sin rigor por la misma etiqueta. Al hilo de la publicación por la OCDE del informe Panorama de la Educación 2012, prolifera en los medios de comunicación un titular ("el 24% de los jóvenes españoles de entre 15 y 29 años forman parte de la generación ni-ni") que, a mi juicio, resulta rotundamente inexacto, descalificador de la inmensa mayoría de chicos y chicas que, sin suerte, siguen intentando encontrar su lugar en la sociedad.

No merecen el mismo trato, ni el mismo nombre, aquellos que no estudian ni trabajan porque no pueden y quienes han hecho de esa imposibilidad un estatus nuevo y desafiante, al margen de las fórmulas tradicionales de integración social. En ese sentido se manifiestan también los expertos: véase, por ejemplo, un estudio (Desmontando a ni-ni. Un estereotipo juvenil en tiempos de crisis), elaborado por el equipo del sociólogo Lorenzo Navarrete, de la UCM, y presentado en 2011. Navarrete argumentaba allí -y lo reitera ahora a la vista de los recientes datos- que no es de recibo ampararse en las grandes cifras, a menudo superadas y acompañadas de análisis erróneos, para asentar conclusiones peregrinas. Para él, el porcentaje de individuos que responden a la tipología ni-ni es francamente residual: en España, unos 80.000 de los siete millones y medio de jóvenes de entre 16 y 29 años o, lo que es lo mismo, en torno al 1,06%. Sólo éstos, afirma, "sí representan una minoría preocupante, ya que se trata de un tipo de jóvenes que están en la desafiliación, es decir, que tienen poco interés por las normas y se buscan otras formas de vida muchas veces bordeando los límites de la legalidad". Paradójicamente además, constata que nuestra tasa de verdaderos ni-ni es más baja que la del resto de países europeos.

Otros hechos relevantes (la disminución del abandono escolar; el alto grado de ocupación que alcanzan enseñanzas que con frecuencia no afloran en las estadísticas; el trabajo aún sumergido; la emigración creciente) avalan su preocupada denuncia: "Se está transmitiendo la falsa idea a la sociedad de que tenemos una generación de vagos e indolentes".

Porque entiendo ciertas sus palabras, me atrevo a reclamar que se abandonen las descalificaciones genéricas. Acepto que el nombrecito luce, engancha y vende; pero, utilizado sin precisión ni respeto, ofende y culpabiliza a millones de jóvenes atrapados en un mundo que no es capaz de recompensar sus esfuerzos. El auténtico titular no debe continuar ocultándose en el presunto ingenio de una denominación tan brillante como infundada y estigmatizadora.

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