Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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El golpe de la grabadora

Puestos a exhumar cadáveres, Villarejo se ha adelantado, exhumando la voz fétida de los tramposos

Desde el punto de vista de la prosodia, Aznar certifica la decadencia definitiva del Imperio español. Su acento tejano, de piojo resucitado y cateto, cuando se alió con Bush para acometer la guerra más falaz y dañina que vieron los siglos presentes, la de Irak, supone el mayor ataque y desprecio de un gobernante a su propia lengua. "Estamos trabajando en ello", declaró en la rueda de prensa que dio en Texas, al alimón con Bush, tras la reunión que mantuvieron para ver cómo presentaban a la ONU y a los españoles el ataque a Husein. La pronunciación de Aznar fue entonces muy cercana a la del excelente cómico Cantinflas. Seguramente que pensó que así halagaba a sus anfitriones tejanos. Como el niño que se pone sabiondillo y repelente para hacerle la pelotilla al maestro. Muy distinta la actitud del Emperador Carlos V, en la cima de su Imperio, cuando le decía al mismísimo Papa que le importaba poco que no lo entendieran -él no se manejaba muy bien en latín, la lengua de la diplomacia papal- porque "estoy hablando en mi lengua española, que es tan bella y noble que debería ser conocida por toda la cristiandad". Me gusta recordar estas cosas que me enseñaron mis maestros en historia de España y del castellano, don Juan Sánchez Montes y don Manuel Alvar. No sé cuál de ellos -posiblemente fuese don Juan- nos contó que Carlos V hablaba en italiano con los embajadores; en francés con las mujeres; en alemán con los soldados; en inglés con los caballos y en español con Dios. Aznar hablaba catalán en la intimidad, tejano con su señorito y en el reprobable lenguaje de la soberbia inane con sus gobernados. No quiero culparlo también de las faltas de sintaxis y de ortografía cometidas por los opositores a plazas de profesores de secundaria en institutos, conservatorios y centros de FP, celebradas en los pasados meses de julio y agosto, pero si considero que alguna responsabilidad tienen él, y otros muchos políticos, en el reciente golpe de grabadora que Villarejo viene dando al Estado con la revelación de las conversaciones que sostuvo con políticos, jueces, fiscales y empresarios españoles. Su voz, y la de los grabados por él, denota el desprecio y la altanería del que está en el ajo. Es la voz de los listos, de los quedones, de los entendidos, de los que saben. El idioma intemporal de los tramposos.

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