En el cristianismo, la Gran Comisión es la instrucción que Jesucristo resucitado da a sus apóstoles, encargándoles la misión de propagar sus enseñanzas por todas las naciones. Aunque puede encontrarse, más o menos desarrollada, en otros pasajes del Nuevo Testamento (Marcos 16:14-15, Lucas 24:44-49, Hechos 1:4-8, Juan 20:19-23), es en Mateo (28:18-20) donde se recoge con mayor precisión. Jesús se acercó a ellos -narra el evangelista- y les habló así: "Me ha sido dado todo el poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo".

Más allá de las disputas sobre si se trata de un texto añadido con posterioridad o, ya en relación con su auténtico alcance, sobre si debe entenderse o no como un mandato dictado exclusivamente para los primeros discípulos, predomina la idea de que contiene un llamamiento, que el propio Jesús realiza, para que cuantos crean en Él actúen de una forma determinada en el ejercicio de su fe. Cristo se dirige a todos sus seguidores, presentes y futuros, impulsándolos a transmitir el mensaje de Dios. Hay quien, en cumplimiento de la voluntad del Maestro, lo abandona todo y viaja a los lugares más remotos. Algunos procuran llevar esperanza y hálito a los menos afortunados, convirtiendo la compasión en palabra viva, en magisterio palpitante y comprometido. Aún hay otros muchos que operan el encargo entre sus allegados, en la batalla de lo cotidiano, en el microuniverso de una vida digna que predica con el ejemplo y alumbra lo cercano. Todos, confiados en la presencia omnipotente y sempiterna de Jesús, otorgan cumplida respuesta a su demanda misionera.

Hoy, en este tiempo insólito en el que se nos compele a encerrar nuestras certezas en el calabozo de lo íntimo y, acallándolas, se quieren intrascendentes por incomunicadas, los cristianos tenemos que seguir recordando esa inderogable comisión. Nuestra conducta ha de respetar siempre el norte de la difusión de aquello en lo que creemos. No podemos plegarnos a los silencios impuestos por el nuevo orden.

La Resurrección, que este domingo conmemoramos, exige de nosotros el valor de comunicarla, de hacerla accesible a la humanidad. Sólo de este modo, sin cobardías ni embozos, en verdad seremos lo que decimos ser.

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