En tránsito

eduardo / jordá

Nuestra gran especialidad

AYER todos los informativos europeos hablaban del misionero español Miguel Pajares, el primer europeo que ha sido víctima del virus del ébola. Por una vez, cosa rara en estos tiempos, nuestro país no era noticia por los casos de corrupción ni por las estafas ni por los desahucios. Por una vez el nombre de España no era sinónimo de políticos trapisondistas ni de conflictos sociales ni de polémicas interminables que no llevaban a ningún sitio. Y por una vez no era un deportista español quien conseguía atraer el interés del público internacional, sino un personaje anónimo que había hecho su trabajo de la mejor forma posible, jugándose literalmente la vida por atender a los enfermos de un hospital africano que casi nadie se atrevía a atender.

Gracias al ejemplo del misionero Miguel Pajares, de repente nos hemos enterado de que las cosas no tienen por qué ser como siempre suelen ser. Y en una sociedad en la que todos nos dedicamos a quejarnos y a exigir cosas sin parar, y en la que todos procuramos escurrir el bulto de la forma más sencilla posible, de repente hemos descubierto que alguien estaba dispuesto a trabajar hasta el último momento en un hospital de Liberia en el que el 99% de nosotros no nos hubiésemos atrevido ni a poner los pies.

Si fuésemos un país normal, todo el mundo, desde la derecha a la izquierda y desde los católicos a los ateos, se uniría en un gran homenaje colectivo a este hombre que nos ha demostrado tener una grandeza y una capacidad de sacrificio que no abundan entre nosotros. Y si fuésemos un país normal, en vez de celebrar nuestro cachondeo habitual, y nuestra picaresca, y nuestra falta de responsabilidad, y el omnipresente "Qué hay de lo mío", dedicaríamos un minuto de silencio a esa persona que ha demostrado ser mucho mejor que casi todos nosotros. Si fuésemos, repito, un país normal.

El problema es que no lo somos, porque hay una especie de tara genética en nuestro ADN que nos impide honrar a nuestros compatriotas al margen de ideologías y de posturas políticas. Y nuestra vieja incapacidad de respetar o de entender a los demás, si eso no nos procura un beneficio inmediato o nos complace de algún modo, siguen campando a sus anchas entre nosotros. Y así, fieles a nuestra tradición, preferimos olvidar el ejemplo de alguien que nos ha demostrado que el bien existe, y no sólo eso, sino que es posible hacerlo presente en este mundo. Porque nuestra especialidad histórica, por supuesto, sigue siendo justo la contraria.

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