Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Las grandes alamedas

Ha salido tanta gente a la calle en estas fiestas que parece como si ya disfrutásemos de una sociedad más feliz

Estoy asombrado de las Navidades y de los Reyes tan populosos que acabamos de pasar. E intento analizar y comprender qué está sucediendo. Parece como si se hubiera cumplido la premonición expresada en 1973 por Salvador Allende, poco antes de ser asesinado por los golpistas, en su prodigioso discurso de despedida de los chilenos, a sabiendas de que le quedaba poco tiempo de vida. Una pieza lúcida, valiente y sosegada. Una pieza que nos hace añorar el tiempo de los héroes humildes, metálicos, indeformables. Gente corriente, consecuente y sabia, que hacía todo lo posible por no mentir mucho. Un discurso que recomiendo que lea, no esta generación de políticos que se disuelve y atomiza sin fin, aferrada a los cargos y a sus tejemanejes. Ellos no lo entenderían. Sí, las personas egoístas, pero inteligentes. A aquellas que saben que no podremos sobrevivir mucho tiempo a tanta descomposición. Ni nosotros ni, mucho menos, la gente más joven. Les vendría bien, nos vendría bien, oír el discurso de Allende, a punto de adentrarse en la oscuridad. Impresiona su llamada a la rebelión contra la barbarie, pero sin inmolaciones, sin gestos heroicos, tranquilamente. No les pide a los chilenos que salgan a las calles a romperse contra los tanques. Sólo les pide que no cejen, que resistan, con inteligencia y constancia. "Sigan ustedes sabiendo", les dice en su alocución desde Radio Magallanes, "que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor". He visto en estas fiestas que acabamos de padecer y de disfrutar, a tanta gente en las calles que he tenido la ilusión de que esas grandes alamedas de la que hablaba Allende, ya están siendo transitadas por los habitantes de una sociedad mejor. Y he tenido la tentación de abandonar mi cómoda posición de espectador crítico y sumirme en el bullicio de la calle; de coger mi moto, disfrazarme de Papá Noel, como hicieron otros 300 moteros, y atronar la ciudad con los acelerones de mi máquina. Me han entrado ganas de ser costalero y meterme debajo del paso, sin santo, que han utilizado algunas cofradías para llevar los regalos de Reyes a aquellos que no supieron o no pudieron escribirles. Quizá la banda de música, tocando piezas de Semana Santa, sobraba, pero la facilidad con que los jóvenes penitentes se transforman en ONG es digna de estudio y reconocimiento. Porque la energía inmensa y la fuerza espléndida que esta juventud derrocha en este tipo de operaciones está mucho mejor empleada que cuando se la ha canalizado hacia la destrucción y la guerra. Me hubiera gustado ser rey mago en la cabalgata, agitar el pendón en la Toma... Pero he preferido, cobarde, analizar y describir lo que pasa. Y he llegado a la conclusión de que no era esto a lo que se refería Allende en su discurso, pero que, como ensayo, no ha estado nada mal. Aunque soy consciente de que quedan por arreglar algunas cosillas.

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