En tránsito

eduardo / jordá

Nada es gratis

CADA vez que veo a los Reyes Magos arrojando caramelos a los niños, como en la cabalgata de anteayer -un espectáculo maravilloso, pero que es inconcebible en casi todo el mundo porque la gente se preguntaría quién va a pagar todo eso-, pienso en esa extraña superstición de nuestra época que nos hace creer que hay miles de cosas, entre ellas todos los servicios públicos, que son gratis para el ciudadano, o dicho de otro modo, que son un derecho inalienable que no podemos perder de ninguna manera. Miguel Bosé, por ejemplo, hablaba tan pancho hace unos años del "derecho a la paz", como si fuera posible convencer a alguien que te odia de que dejara de atacarte. Pero el derecho a la paz, igual que otros muchos derechos que creemos poseer con todas las garantías (el derecho a la salud, el derecho a la felicidad, el derecho a un trabajo bien remunerado), sólo son posibles si alguien garantiza su cumplimiento, y eso exige poder pagarlos o tener a alguien que esté en condiciones de sostenerlos. De lo contrario estamos hablando de entelequias muy hermosas -igual que los Reyes Magos-, pero que no pasan de ser una candorosa engañifa. Nos guste o no, en este mundo nada es gratis.

Pero los ciudadanos de la Europa que fue próspera -y que sigue siéndolo si la comparamos con el resto del planeta- nos hemos olvidado de estas verdades elementales. Y creemos vivir en un mundo en el que los servicios públicos que disfrutamos -y que muchas veces ni siquiera valoramos- existen por una especie de derecho inmanente, sin darnos cuenta de que estos servicios sólo podrán existir mientras estemos en condiciones de sufragarlos. Y ahí es donde aparece el tema que debería ser de discusión permanente en este año que empieza: ¿cómo vamos a financiar nuestros servicios públicos? Pero lo más curioso es que este debate apenas existe en nuestro país, porque nos movemos -a derecha e izquierda- en un dogmatismo miope que se niega a hacer un diagnóstico real de la situación. Y así, para la crédula izquierda, una drástica subida de impuestos bastaría para pagarlo todo, en tanto que la derecha que obedece a Angela Merkel nos hace creer que bastan unos recortes brutales o una buena gestión -siempre en manos privadas- para solventar el problema. Pero en ambos casos seguimos hablando del mundo imposible de los Reyes Magos y sus caramelos que nadie sabe quién paga. O bueno, sí, la deuda pública que se acumula y se acumula, y seguirá acumulándose hasta que alguien venga a reclamarnos su cobro.

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