La guerra de las brevas

Desde que el hombre abandonó pueblos, aldeas y cortijos, poco a poco el fuego se ha ido adueñando del monte

No hace mucho coincidí en una frutería con un paisano que además fue amigo de la infancia. Él iba a comprar un melón y yo una sandía. A los dos se nos fue los ojos a una caja llena de sabrosas brevas, todas muy bien puestas y con un cartel con su correspondiente precio: 14 euros el kilo. Joder, dijo mi amigo. Joder, dije yo. Y entonces nos acordamos de cuando éramos niños y uno de nuestros tiempos pasatiempos favoritos en verano era hacer guerrillas utilizando a los higos y las brevas como munición. Por entonces no solo la calle era nuestra, también el campo. Salíamos en busca de los árboles frutales para subirnos a ellos y despojarlos de su fruto. En las higueras hacíamos provisión de brevas o higos, según la época, para lanzárnoslos como si estuviéramos en una guerra. Antes nos quitábamos la camiseta, así que en nuestros cuerpos endebles quedaban impresos las marcas pegajosas de la fruta en cuestión. Los más creativos de mente llegaban a imaginar con cierto orgullo que aquello eran heridas de una batalla. Luego nos íbamos a cualquier huerta cercana y allí nos quitábamos los restos de la fruta zambulléndonos en las albercas llenas de ovas en las que bebían las vacas. Mi amigo y yo recordamos aquellos tiempos en donde las brevas que cogíamos gratis y que nos tirábamos ahora costaban a 14 euros el kilo. "Quillo, anda que si lo llego a saber…", dijo mi amigo.

El campo siempre estaba muy cerca de nuestras casas y nos aprovechábamos de él lo mismo que él agradecía nuestra compañía. Ahora los pueblos se han vaciado y los campos están solos. No me cabe la menor duda de que una de las causas de estos terribles incendios que estamos sufriendo en España, en parte, es por el abandono del campo. Desde que el hombre abandonó pueblos, aldeas y cortijos, poco a poco el fuego se ha ido adueñando del monte. Ahora todo el mundo habla del cambio climático y le estamos achacando a él el aumento de las temperaturas y de los incendios. Pero no hay que olvidar que apenas queda nadie en el campo para vivirlo, para salvarlo cuando está en peligro. Dice mi amigo Antonio Castillo, que no se trata de limpiar los montes, tarea que sería además imposible, sino de algo más genérico: de vivirlos. De aprovechar sus múltiples recursos, de volver a engancharse física y emocionalmente a ellos, de vigilarlos. A más guerras de brevas, menos incendios.

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