La esquina

josé / aguilar

La guerra que vino

TAMBIÉN un camión puede ser un arma de destrucción masiva. Uno lo fue anteanoche (de verdad, no como la que se inventó el trío de las Azores para justificar la guerra) en Niza. No se necesita mucho para transformar un medio de transporte en un instrumento criminal de amplio alcance. En realidad, no se necesita casi nada para arrebatarle la vida a ochenta y tantos inocentes: basta con estar carcomido de odio y fanatismo. Y alquilar un camión... Ni siquiera hace falta cargarlo de explosivos, basta con hacerlo zigzaguear sobre la multitud festiva, inerme y confiada.

Francia, que acababa de superar con buena nota el desafío de seguridad que suponía la Eurocopa y se disponía a rebajar su nivel de emergencia en cuanto acabe el Tour, ha sido brutalmente confirmada como objetivo preferente del terrorismo yihadista. Por delante de Gran Bretaña, Bélgica o España. Lo será cada vez más conforme el Estado Islámico siga perdiendo territorio en Iraq y Siria. Es el bastión y la inspiración de los terroristas que actúan en Occidente, sean lobos solitarios, lobos en manada o directamente adiestrados, dirigidos y enviados desde allí.

Nunca sabe uno si los simbolismos de cualquier acción terrorista son buscados por sus autores o somos nosotros los que tratamos de encontrarlos a posteriori. Aquí están: el atentado del jueves fue en Niza, un enclave de ocio y riqueza con problemas de inmigración e integración, donde el Frente Nacional lepenista asienta sus reales; cometido no por un kamikaze enviado por el Daesh lejano, sino por un ciudadano francés de 31 años de origen tunecino, presunto delincuente común, y contra gente que iba a ver unos fuegos artificiales con los que se festejaban la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad. Todo aquello que no toleran los bárbaros.

Pasará más veces, en otros lugares y con otros símbolos. Porque nos han declarado la guerra y quizás todavía no queremos darnos cuenta. Empezó siendo una guerra civil entre musulmanes y lo sigue siendo en buena medida, pero también lo es contra nuestra forma de vida y nuestros valores. Es un grave problema que nuestros enemigos estén dispuestos a morir -matando- mientras que a nosotros nos indigna que nos registren en los aeropuertos y todavía debatimos, entre complejos de culpa, qué hemos hecho para ofenderlos tanto y de qué forma les hemos conducido a retroceder a la Edad Media.

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