Pensándolo MEJOR

Miguel Hagerty

Y habló Dios

NADIE puede dudar de la elegancia con que se presentó, al fin, a la alta sociedad española, adicta incondicional de sus creencias, pendiente de cada sílaba que salía de su boca inspirada. Repartía sonrisas por doquier como quien repartiera golosinas en un orfanato de la posguerra; sabiendo que si alguien guardaba todavía la más mínima duda acerca de las grandes verdades que exponía, ya se convertiría en adepto sin reservas de la fe, su fe, la única fe posible.

Esa misma sonrisa, más sutil si cabe que la de la Gioconda, transmitía una verdad trascendental, casi celestial que decía que nadie en su sano juicio podría opinar en contra de sus pareceres porque era eso: la verdad absoluta. Por fin habló. Por fin habló Emilio Botín, el único poseedor de la verdad, el único que sabe qué hacer con nuestro dinero. Por fin habló Dios. Ojalá se hubiera portado como aquel otro transmisor de verdades absolutas. Aquel de nombre fantástico que podría haber sido primo de Silverio Franconetti, el de los albores del cante jondo contemporáneo: Tarcisio Bertone. De Silverio y Tarcisio se podría hablar un buen rato, por separado o juntos, pero cuando habla Emilio Botín más nos vale escuchar porque es lo que hay, lo que había y lo que habrá. Es Dios.

Con el Vaticano Zapatero se enfrenta; con Botín no. Lo más interesante que ha salido de La Moncloa sobre las diferencias con los banqueros -dialécticamente hablando, se entiende- ha sido de la boquita del profesor Sebastián cuando soltó lo de que se le acababa la paciencia con la Banca. Ha dado lugar a unas muy fructíferas disquisiciones casi filosóficas sobre aquella gran virtud: la Paciencia (Tarcisio, pásalo; sobre todo a Cañizares y Rouco).

Todos hablan ya de la paciencia. Solbes se monta en el paradigma de la paciencia para apaciguar el ira de los sinvergüenzas banqueros (no tienen otro nombre); otros se llevan las manos a la cabeza por lo que entienden como una amenaza de nacionalización de la banca; y otros (PP) quieren volver al sistema ultraliberal inmediatamente para llevarse lo poco que queda de la economía nacional.

Entretanto, Botín, el más tranquilo de todos, explica calmadamente (se agradece la sinceridad de su desfachatez) por qué se pasa por el forro cualquier intervención del Estado en "sus" asuntos (sus asuntos, pero nuestro dinero). Le parece hasta normal haber estafado a Zapatero cuando la "inyección" de dinero público a finales del año pasado, y cuya finalidad expresa (prestar dinero a familias y pymes) le pareció una estupidez. Era tan fácil robarlo que no lo podía evitar.

Y Tarcisio se arranca por peteneras.

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