Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Los harapos de Luis Salvador

Si hay que lavar los trapos en familia es porque hay una canasta de harapos malolientes que blanquear en secreto

A la salida de Mitimna, en la isla de Lesbos, a 60 kilómetros de Mitilene, te topas con un olivo joven cubierto de harapos. Los lugareños creen conjurar así males y peligros. Los trapos sucios, en mitad de la calle. Para el semialcalde de Granada, por el contrario, lavar los trapos sucios en la plaza pública supone un peligro. Nada original Luis Salvador en esto: hay un refrán que prescribe también que los trapos sucios hay que lavarlos en casa. La explicación que dan de este refrán los paremiólogos coincide con el pensamiento de Salvador: que hay que resolver las diferencias dentro del ámbito familiar, sin dar explicaciones a extraños (¡!). El apotegma lo ha sacado a relucir el medio-alcalde a la hora de contestar a la sospecha que Sebastián Pérez, un alcalde nasciturus, formulaba públicamente de que Salvador no piensa traspasarle la vara dentro de dos años, como pactaron para la investidura. Deja así al descubierto este alcalde a medias su convicción, y la nuestra, de que toda la operación de reparto de la Alcaldía de Granada es una canasta harapienta de trapos sucios que no hay que airear. A veces he llegado a pensar que Salvador lee algo más que los tuits de su capo Albert Rivera y que incluso ha frecuentado a Platón, un filósofo poco entusiasta de la democracia representativa. Platón pensaba que la política debería ser más bien cosa de expertos, sin ambición personal, de hombres intachables, con madera de estadistas que estuvieran dispuestos a hacerse con el poder para no verse gobernados por los peores. Los tránsfugas, que se creen imprescindibles, son un poco platónicos. Van de un partido a otro hasta que encuentran uno que les permite agarrar la manija del poder y evitar así que gobierne un político nefasto como Sebastián Pérez. Luis Salvador no lo haría entonces por vocación de servicio, por ambición, por beneficiar a amigos y parientes, lo haría platónicamente para evitar que el mal supremo se haga con Granada. Eso pensaba hasta que Salvador ha cometido el lapsus de los andrajos malolientes que han de coserse y espercojarse en familia. No es del gobierno de un aristócrata resignado, de lo que se trata, sino del de unas familias de armazón mafioso: Fuera de la familia, ni hay salvación ni tendederos para airear la inmundicia. Cosa nostra.

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