He visto a gente de toda clase y condición pasear por Granada con pancartas caseras alusivas a las formas dictatoriales de 'Susanita'. Parecían venir de Plaza Nueva, donde se volvió a repetir, ahora con más satisfacción y menos cabreo, otra de las muchas manifestaciones que tuvieron lugar desde que la sombra de Spiriman cortó en su vuelo el horizonte de la Sierra y alguno pudo preguntar en plan cómic: "¿Será un pájaro?, ¿será un avión?" y alguno pudo contestarle: "Quita hombre, si es Spiriman, el de Urgencias". Y nada más. Un hombre al que le dolían las malas artes de la política y lo decía. Es que no era un político. Era una persona harta. Y actuó.

Un héroe granaíno no tiene nada de americano. Tiene malafollá, barba, gafas y gorro y formas y maneras de paisano adobadas con un aire de colega en un médico acogido en el corazón de los que llenaron, ojo, lle-na-ron, una, dos y hasta tres o cuatro veces la Gran Vía para exigir lo elemental, es decir, que las cosas se hagan con buen sentido. Esto es lo que este héroe nazarí ha obligado a todos a observar. Y les ha jodido, vaya que sí.

Lo ha hecho desde la simple comunicación interpersonal. Populismo, si, pero sin su doblez. Política en estado puro, con movilizados tipo señores con sombrero o chicos con pantalones caídos. Todos, todos, hemos pasado por unas urgencias para constatar ese sistema infernal, impersonal, en el que a los facultativos que allí trabajan solo les falta tomarse el almuerzo en la cama del enfermo con la indiferencia habitual que se les observa. Cuando estás moribundo solo quieres algo de humanidad y no morirte en un pasillo porque al que sea se le ha pasado tu turno.

Spiriman me gustó, con sus fallos, claro. Por listo, por buena gente y por profesional. Se le ve que él solo quiere trabajar pero bien. Que le duele el enfermo. Y también por lo espontáneo y estentóreo que resulta que un tipo se ponga a decir lo que siente delante de una cámara cuando están los de siempre calculando cada palabras y cada movimiento por no perder el puesto.

Los señores de las pancartas del otro día sonreían. No era para menos. La Junta agachó la cabeza y reconoció un error garrafal. Los sabiondos han tenido que escuchar a los usuarios y Spiriman salió a hombros. Pues olé, Spiriman.

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