pieza suelta

José Antonio / Pérez Tapias

Ni héroes ni tumbas

QUISO el azar que, enterados de la muerte del autor de Sobre héroes y tumbas, "testigo insobornable" de nuestro tiempo -como quiso ser, emulando a otros a los que así apreció-, nos llegara la noticia de otra muerte, la de BEn Laden, el más buscado terrorista, impulsor de Al Qaeda y mentor del atentado del 11-S en Nueva York. Muerto en Islamabad a manos de fuerzas de EEUU, su fallecimiento no va a dar pie a que se le recuerde como héroe: su prestigio en el mundo musulmán estaba en declive. Es más, amén de no haber condiciones para ser reconocido como tal ni por quienes jalearon sus crímenes, la Armada norteamericana arrojó al mar su cadáver para deshacerse de un muerto que podría ser venerado como mártir. Quizá no se haya evaluado la peligrosidad de mitificaciones que, aun sin tumba, no necesitan cuerpos materiales como apoyo. Recordaba Sábato que los mitos son más fuertes que los hechos.

Quien sale como héroe de tal hazaña es el presidente Obama, precisamente una vez reafirmada -de nuevo el destino- su condición de ciudadano de EEUU desde su nacimiento. Pero Obama, quizá porque "nadie puede escapar a su propia fatalidad" -lo decía uno de los personajes de Sábato-, ha sucumbido a la secuencia que los hados le tenían preparada. El primer capítulo venía dado por una dosis masiva de Realpolitik hasta aparecer como líder capaz de un golpe decisivo al terrorismo islamista. Dejando atrás mojigaterías achacadas por los conservadores, la gesta presidencial se adentró en el segundo capítulo, con guión de Far West: vivo o muerto. La "operación Geronimo" -denominación nada inocente-, culminada al dar muerte a un Bin Laden desarmado, dio paso a un psicodrama colectivo con ardor patriótico recubierto del recuerdo de las Torres Gemelas. Obama afirmó enfático: "Se ha hecho justicia". No obstante, él sabe que es falso, que no hay justicia civilizada fuera del derecho y que en este caso para nada se pensó en juicio de Corte Penal Internacional o algo parecido.

Corifeos globalizados en torno a un presidente cuyo ataque de pragmatismo le ha despojado de principios por él invocados, no quieren preguntar acerca de Pakistán como escenario sin prerrogativas, y eluden repensar una guerra en Afganistán desencadenada para apresar a quien ahora ha sido asesinado. ¿No quedaba más remedio? Ciertamente, se dice. Y se justifica como acto de soberanía tal estado de excepción que no necesita decretarse. El Nobel Obama ya está entre los adalides de la razón de Estado. Donde no entrará será en un panteón de héroes de la razón democrática. Nos queda a todos transitar por un túnel similar al que describió Sábato como "oscuro y solitario", esperando esa luz en el extremo que hoy está más lejos. Así es por el asesinato de un criminal que, contra los principios, se consideró necesario.

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