Quousque tamdem

Luis Chacón

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El hijo del trapero

La mayor petulancia de la izquierda es creerse demócrata solo por declarse antifascista

En la reciente Gala-Mitin de los Goya, Eduardo Casanova -dicen que joven promesa del cine- pedía más dinero público para "hacer nuestras películas". No las que agraden al público; las que a ellos les parezca bien. Y añadía sin inmutarse que necesitamos "más cultura antifascista en España". En el pedir no hay engaño. Contra el vicio de pedir, la virtud de no dar. Reconozco que la exigencia de producir cine antifascista me dejó perplejo. El arte es capaz de crear monstruos ideológicos de belleza incuestionable. Eisenstein o Riefenstahl son clara muestra de ello. Distinto es que conociendo el valor del cine como vehículo propagador de ideas, mensajes y modas, aboguemos por producir películas que transmitan valores democráticos. La mayor petulancia de la izquierda es creerse demócrata sólo por declararse antifascista. Razonamiento tan feble, convierte a Stalin en modelo de virtudes democráticas.

La muerte de Kirk Douglas me trajo a la cabeza la boutade del señor Casanova. Recordé cómo ese hijo de emigrantes había arriesgado su patrimonio, a sabiendas de que no iba a recaudar ni un mísero nickel, para rodar Senderos de gloria. Una obra maestra del cine, antimilitarista y antibelicista, profundamente emotiva, en la que el pulso firme de Kubrick y la magistral interpretación de Douglas, nos regalan una magna lección de cine que es, además, una apasionada defensa de valores democráticos como la libertad, la igualdad, las garantías judiciales o la presunción de inocencia.

Issur Danielovitch Demsky, el hijo del trapero. Así tituló Kirk Douglas sus memorias. Sus padres, campesinos judíos rusos, emigraron a los EE.UU. huyendo de los pogromos zaristas. Él, de niño, vendía refrescos y repartía periódicos para mejorar los magros ingresos familiares. Nunca olvidó sus orígenes. Nunca ocultó sus preferencias ideológicas. Ahí están obras maestras como Espartaco o Siete días de mayo. La primera, un épico canto a la libertad, la segunda, un ardoroso alegato constitucionalista y antitotalitario. El gran carnaval debería ser de obligada visión en todas las escuelas de Periodismo. Evitaríamos caer en el ridículo del titular tendencioso, los hechos manipulados y la prensa como espectáculo circense. Quizá, si revisara a los clásicos del cine, la joven promesa aprendería que para crear obras de arte y ensalzar los valores democráticos, es más importante tener talento que recibir subvenciones.

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