Lo hizo otra vez

El continuo bombardeo mediático contra su persona no ha deteriorado el apoyo de sus fieles a Trump

Cuando esto escribo es imposible aún saber quién será el próximo presidente de los Estados Unidos, pero ya no puede caber duda de que Donald Trump ha vuelto a hacerlo, en muchos sentidos ha ganado de nuevo unas elecciones que parecía tener perdidas por goleada. Y es que, aunque la extraordinaria complejidad del sistema electoral americano, especialmente su confusa normativa del sufragio por correo, que ciertamente puede amparar tentaciones de fraude, pueda hacer que finalmente no consiga los mágicos 270 votos electorales, nadie podrá discutirle su capacidad para soportar el fuego graneado y continuo de todos los grupos influyentes sobre la opinión pública, las nefastas predicciones de las encuestas -que han vuelto a quedar en clamoroso ridículo- y hasta para hacerse perdonar los aspectos más "deplorables" de su controvertida personalidad.

Trump no es un loco ni un payaso, aunque su forma de entender la política y el liderazgo choque a propios y, sobre todo, a extraños. Ahí están los impresionantes datos de su presidencia, empañados por el grave lunar de la gestión de la pandemia, algo en lo que, por desgracia, tampoco sus oponentes, a nivel estatal o local, pueden dar muchas lecciones. Y esos datos espectaculares en lo socioeconómico, en la política exterior y en la recuperación de los valores americanos han arrastrado y enfervorecido a una multitud de ciudadanos a los que les importa poco el peinado o las formas poco convencionales de su presidente.

Se le acusa de haber polarizado y dividido como nunca antes a la sociedad norteamericana, pero también aquí se quiere confundir el efecto con la causa. Fueron las administraciones demócratas, especialmente la de Obama, con sus políticas contrarias a las creencias, sentimientos e intereses de las capas populares golpeadas por las crisis económicas y los efectos del globalismo, las que hicieron posible a Trump. El continuo bombardeo mediático contra su persona, su satanización hasta extremos que dejan atrás la caricatura, no ha deteriorado el apoyo de sus fieles, pero ha excitado el odio y el enfrentamiento hasta el punto de provocar rupturas familiares, quiebra de amistades y disputas entre vecinos, algo de lo que, alarmados, se hacían eco algunos observadores sensatos que ven cernirse la sombra de un auténtico conflicto civil. Una nueva victoria de Trump sería un jarabe muy amargo de tragar para esa mitad de la sociedad americana que ha sido capaz de votar hasta a un Joe Biden con tal de librarse de él.

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