Una idea de Andalucía

No ha vuelto a circular ninguna otra idea capaz de animar y embarcar Andalucía en otro proyecto ambicioso

En estos días han circulado numerosos y justificados elogios al papel desempeñado por Manuel Clavero Arévalo en los difíciles años en los que, bajo el gobierno de Adolfo Suárez, se fraguaba y constituía el estado de las autonomías. Independientemente de su valía en otros terrenos, en aquellos momentos tan decisivos dio lecciones de una entereza poco habitual en la vida política. La propia incertidumbre de la situación, hubiera hecho comprensible, en aquel hervidero de confrontaciones, una actitud más acomodaticia para lograr un cierto acuerdo de mínimos entre unos y otros. Sin embargo, prevaleció en él un orgullo, una dignidad, que no le permitía transigir. Y convirtió esta beligerancia y su posterior dimisión en el gesto que Andalucía necesitaba. Por ello, al recordar aquella actitud que, con el paso del tiempo, ha adquirido mayor relieve, quizás convenga preguntarse por qué actuó con tanta convicción y seguridad. Y una respuesta podría ser que Clavero Arévalo contaba ya con una "idea" de Andalucía. Y esta idea le dio fuerzas, obligándole a enfrentarse incluso con los ministros de su propio Gobierno, para situar las tierras andaluzas en el lugar que, en su opinión, debía ocupar en el conjunto de las comunidades de España. Pudo ser una idea más o menos elaborada, pero con suficiente capacidad para ilusionar, movilizar y lanzar al ruedo reivindicativo, a millones de andaluces. Todo ello sin necesidad de incitarles al odio, y sin pretender convencerlos de que eran distintos y mejores que otros españoles. Revivir ahora aquel gesto, y la euforia que lo rodeó, quizás despierte, en los andaluces de más edad, la melancolía propia de una ocasión llena de promesas pero ya pasada. Porque, desde entonces, apenas ha vuelto a circular ninguna otra idea capaz de animar y embarcar Andalucía en otro proyecto ambicioso. Es decir, en una apuesta política y social que aliente a los andaluces a mirar hacia dentro, buscando su interno acomodo, pero, a su vez, hacia fuera, exigiendo un equilibrio digno y justificado en el acomodo general de los pueblos españoles. Tal como se propuso Clavero. Y cuando ya no pudo más lo dejó. Resulta sorprendente hasta qué punto una dimisión puede convertirse, pasado el tiempo, en algo tan raro como ejemplar. Los pueblos maduros y conscientes de sus posibilidades no necesitan fabricarse padres de la patria, ni símbolos fervientes, pero el recuerdo de aquella gesta que, en parte, él alentó, debe servir para comparar y comprobar cuánto necesita, de nuevo, la vida andaluza de una idea y un reto que la movilice.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios