ESTOY en el lío", le confesó Mariano Rajoy en la escalinata de la Moncloa a Artur Mas antes de la entrevista que mantuvieron en febrero. "Sigo en el lío, y más gracias a tu ayuda", le podía haber dicho perfectamente al recibirlo para su entrevista de ayer, que concluyó como se temía, pero con las caras más adustas que entonces y con el presidente catalán contestando a los periodistas en un territorio que considera más propio (la sede de la Delegación de la Generalitat en Madrid) y con escenografía estrictamente identitaria, flanqueado por las banderas de Cataluña y la Unión Europea.

Resumen sincero de situación formulado por el propio Mas: no ha ido bien. Ni ha habido engaño. A la exigencia de un pacto fiscal que permita a Cataluña recaudar todos los impuestos generados en su territorio y negociar con el Estado su aportación por los servicios prestados y por el concepto de solidaridad territorial -un concierto como el del País Vasco, para entendernos-, Rajoy ha respondido que no es posible porque la Constitución vigente lo prohíbe y porque ni los partidos estatales mayoritarios ni las demás comunidades autónomas lo aceptarían. El presidente del Gobierno se apresuró a contactar con Pérez Rubalcaba para confirmarle el resultado de la reunión. El que ambos líderes conocían de antemano.

Lo que Mariano Rajoy ofreció a su interlocutor fue la revisión del actual sistema de financiación autonómica, prevista para el año que viene, en la que eventualmente podrían tener cabida las mejoras que Cataluña proponga. Pero eso significa una pacto multilateral en el que las demás autonomías también tienen voz y voto. No es lo que reclama el Gobierno catalán. "Me he encontrado con un dique. No nos podemos ir dando más cabezazos contra la pared", sentenció el Honorable President. De modo que esta vía puede darse por cerrada, como se preveía, lo que azuza el anhelo de soberanía propia del que, de todos modos, el pacto fiscal constituía solamente un jugoso aperitivo.

También Artur Mas vive en el lío en que se ha metido. Al subirse a lomos de la manifestación independentista de la Diada y encontrarse clausurada la imposible vía de la negociación bilateral España-Cataluña, se ha prohibido a sí mismo el pragmatismo de la época de Pujol y la moderación a la que le inducen los empresarios y financieros más influyentes de su tierra. Habla, pues, de "un proyecto nuevo", que tendrá que concretar en su programa para unas elecciones que va a adelantar en los próximos días. Lo bueno es que en ese programa ya no cabrán las medias tintas y que en esas elecciones se contará el apoyo real a la independencia. Que no lo refleja la calle, sino todos los catalanes en las urnas. Mejor así.

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