¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

El imperio de los tres días

Florentino y los suyos soñaron con una liga a su medida, elitista y algo macarra, pero no contaron con el populismo

Pese a que lo hemos intentado varias veces, nunca hemos conseguido que nos guste el fútbol. La última vez que estuvimos en un partido fue en Calamonte (Badajoz), apoyando para nuestra desgracia al equipo visitante. Aquello acabó con la pareja de civiles pidiendo tranquilidad a la distinguida hinchada local, que tenía como héroe a un crack que se peinaba como Guti (entonces muy en boga) y no paraba de rascarse la bolsa escrotal. En general, somos más de la esgrima y las carreras de elefantes. Pero eso, claro está, no significa que no seamos conscientes de la capital importancia que el deporte rey, como se le llama con delirio versallesco, tiene en el mundo actual. Lo hemos comprobado una vez más durante el arranque de esta semana que agoniza, esos tres días que duró el efímero proyecto de Florentino Pérez (para algunos un villano cósmico que parece sacado del cómic) conocido como la Superliga europea. Perdonen ustedes el atrevimiento, pero creemos que el proyecto del madridista tenía una cierta lógica en esta época en la que el fútbol hace mucho tiempo que se convirtió en un gran show global que poco o nada tiene que ver con la épica de barrio en la que algunos siguen instalados. Y los responsables de la adulteración del romanticismo del fútbol (si es que tal cosa existió) no han sido unos plutócratas sin entrañas, sino más bien esas multitudes de aficionados que cada vez piden más espectáculo, más fichajes millonarios, más camisetas chillonas con las que pasear por las alamedas, más partidos televisados para llenar esa nada que a todos nos aterroriza, más polémicas de garrafón en la radio nocturna, más deportivos a toda leche por la carretera, más ejecutivos macarras, más beduinos forrados, más argentinos de sublime labia… En fin, todo eso lo intentaba proporcionar y aumentar el proyecto de la Superliga, por lo que no se entiende a qué viene tanto disgusto y aspaviento.

Florentino y los suyos soñaron con una liga a su medida: elitista, nueva rica y algo macarra, como Sergio Ramos, pero no contaron con un factor que hoy lo distorsiona todo: el populismo. ¿Qué, si no, podía unir en un solo bando a esos nidos de serpientes que son la UEFA y la FIFA, Boris Johnson, Podemos, el Cholo, Guardiola, la chusma británica enardecida por la Foster y Gabriel Rufián? Pues eso, los argumentos simplistas de ricos y pobres o de la épica romántica de los niños jugando al balón en los ranchitos. El imperio de Florentino sólo duró tres días. Por ahora, dicen.

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