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Los nuevos tiempos

César De Requesens

crequesens@gmail.com

La inmolación de Verónica

Tiene mucho de ejecución televisada este suceso que aún duda la productora si seguir emitiendo

Arrasadora la muerte por propia mano de Verónica Forqué. Del estupor y el sobrecogimiento pasamos en horas a la rabia y la conciencia de que existe una trituradora de carne humana llamada negocio de la tele y redes sociales, una picota contemporánea donde se siguen despedazando los goznes más débiles del engranaje social.

Verónica se ha inmolado por la presión. No le consolaba el fajo de billetes. Verónica aún militaba en las filas del honor público ya tan tocado como para avocar a ese sepuku con soga que acabara con el martirio del vilipendio, del escarnio en las redes sociales inmisericordes, esa audiencia inmisericorde que siempre pide más y más madera de famoso al que llevar al paroxismo ante la cámara para entretenernos a la hora de cenar.

La gente de la cultura lleva mal este cambio de formato necesario hoy para volver a sonar entre el público y, de paso, liquidar algún agujero de ese siempre maltrecho bolsillo de todo titiritero. El aire ingenuo y hasta algo naïf de la tristemente finada Verónica evidencia que esa máquina de deshuesar talentos no respeta nada. Se diría que salen a buscar carne fresca para cocinarla en el programa. Y los restos al container de la morgue.

Se nos olvidaba que los realities devoran realidad. Su voraz necesidad les lleva a desplazar a los platós a seres humanos a los que someter a los fogones de un infierno calculado. Sea en una isla tropical o en una cocinilla con focos, el formato usa personas a las que dopa con la promesa de una más que efímera fama y algo de cash. Pocos se resisten a esa droga, necesitados como están de compensar su falta de autoestima con el favor de un público que fácilmente cambia de canal. La Pantoja o su niño a punto de perder Cantora; la Veneno con sus grotescos manotazos en los muslos; los monstruos del bisturí y el bótox de sparring del egazo insaciable de Jorge Javier, sumo sacerdote de ese akelarre diario donde no se salva ni Dios, el gran ausente de este sórdido negocio de la lágrima o la ruina moral a los postres.

Forqué no pudo con el hundimiento de su imagen pública. Es la Ofelia de este auto sacramental sin culpables pero con resultado de muerte. Tiene mucho de ejecución televisada este desgraciado suceso que aún duda la productora si seguir emitiendo con la interfecta enlatada. Seguimos necesitando víctimas a las que ver arder en el ara televisada.

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