Brindis al sol

Alberto González Troyano

La invención de las tradiciones

CUANDO un acontecimiento se repite durante unos años, funciona con espontaneidad y despierta entusiasmo, siempre aparecen los que quieren institucionalizarlo, establecer ritos y "crear una junta directiva y un hermano mayor". En paralelo, también surge alguien que husmea entre sus difusos orígenes y se inventa que es una tradición cuando menos con un par de siglos de existencia. Ese peligro acecha al admirable bullicio creado, en primavera, alrededor de los patios cordobeses. En principio, esa ocurrencia estaba cargada de alicientes: abrir un espacio íntimo, ofreciendo a los ojos de otros vecinos una habilidad doméstica, capaz de transformar el rincón modesto de una vivienda en un lugar plácido y acogedor. Todo ello sin inversión alguna, al tratarse sólo de sacar a relucir un escenario profano y cotidiano, cultivado desde siempre por exigencias del clima y de la sensibilidad. Delatando, al mismo tiempo, el buen gusto popular y las raíces rurales de la ciudad.

Pero ha sido difícil mantener esta situación como una iniciativa creada desde abajo, sencilla, sin más estímulos que la emulación espontánea entre vecinos. Ya que pronto surgió la ineludible propuesta de premios y jerarquización, imponiendo una visión competitiva, ¡cómo no! , para estar a la altura de los tiempos. Algo similar ocurrió con los carnavales, en Cádiz, recuperados tras la muerte de Franco. Las calles, los primeros años, se vieron inundadas por una creatividad y un ingenio desbordante, hasta que la cada vez mayor institucionalización del concurso del Teatro Falla fagocitó el ambiente de la ciudad y lo recondujo a una estricta y planificada comercialización.

Por otra parte, fenómenos como el de los patios cordobeses nos obliga a reflexionar sobre la sorprendente variedad de la mentalidad urbana andaluza. Ya que mientras una ciudad marítima de tono cosmopolita como Málaga pugna, casi en solitario, por levantar un moderno museo en cada calle, otra, como Córdoba, más ensimismada y agraria, en llamativo contrapunto, intenta, sin más reclamo que el de una vieja costumbre, airear el popular museo que encierra, en su intimidad, cada una de sus casas. Sin embargo, puestos a considerar estímulos y resistencias, puede que el camino emprendido por Málaga encuentre más facilidades en su abertura artística; en cambio esta elección cordobesa -con tanta carga simbólica- por sus patios, quizás resulte más complicada, una vez coronada como una tradición. Porque a las tradiciones andaluzas, aunque sean inventadas, le brotan siempre celosos guardianes.

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